Menú
Gina Montaner

¿Quién quiere tener un millón de amigos?

Si se observa el comportamiento de los adictos a las redes sociales, se verá que éstas no son más que un glorificado patio de vecindad sin tendedera pero con webcam.

En Colombia la ola verde de Antanas Mockus se desinfló a pesar de unas encuestas delirantes y el entusiasmo mediático que predijo un movimiento masivo de los jóvenes por medio de las redes sociales.

El analista político Andrés Oppenheimer explicaba muy acertadamente en una columna publicada en El Nuevo Herald la visión exagerada que se ha llegado a tener sobre el fenómeno de Facebook y Twitter, queriendo ver en estos intercambios de mensajes más bien inanes una revolucionaria herramienta de movilización electoral. Cuando lo cierto es que en el caso del triunfo de Barack Obama los listados de los usuarios fueron empleados posteriormente para llegar a éstos de una forma directa en la campaña. En cambio, al parecer, el equipo de Mockus fue víctima de un ingenuo optimismo al confundir la promiscuidad internáutica con una voluntad real de proporcionarle votos en las urnas.

Sería de necios subestimar el alcance de internet y sus tentáculos sociales, con millones de personas que se pasan gran parte de la jornada enviándose unos a otros impresiones de lo más variopintas. Pero tampoco es cuestión de perder la perspectiva, ya que, salvo los contactos de carácter profesional o con el objetivo de promocionar algo en particular, la mayoría de las misivas que se cruzan en el aleteo de los twitters y el escaparate de Facebook son puras divagaciones narcisistas de quienes están fatalmente enamorados de sus propias ocurrencias.

Si uno se da un garbeo en el océano de los tablones virtuales donde aparecen estos "bocadillos" espontáneos, es inevitable sentir cierto sonrojo por la vanidad de unos adultos que experimentan la imperiosa necesidad de trasmitirle al mundo a todas horas sus pensamientos. ¿Cómo es posible que alguien crea imprescindible publicar lo que acaba de comer, lo que le dijo el tendero o lo que piensa ponerse para una fiesta? Y peor que este ramillete de majaderías son las frases con vocación trascendental que suelen aparecer en la apretadura de los 140 caracteres del dulce pájaro de la juventud que simboliza Twitter. El haiku definitivo con dosis de filosofía pop al estilo de El secreto.

Claro está, siempre habrá idealistas y bienintencionados que quieren cambiar el mundo y reclutar a las masas para que participen de la vida cívica; pero lo que abunda en la red es una legión de ociosos que se pasa el bendito día en la cháchara sin ruido que es internet. Sólo hay que ver las horas que requiere colocar en Facebook las fotos del último sarao o el penúltimo cumpleaños, a la espera de que los "amigos" respondan y añadan más fotografías y comentarios de esto y aquello. Una cadena infinita con horario continuo de 7-Eleven que puede acabar con lo que queda de la productividad de Occidente.

Si se observa el comportamiento de los adictos a las redes sociales, se verá que éstas no son más que un glorificado patio de vecindad sin tendedera pero con webcam. En vez de asomarse a la ventana para chismotear e intercambiar información con los vecinos, los Twitters y Facebook son un gran balcón abierto a un público que se pavonea con máximas ingeniosas y compara las vitrinas de los otros.

¿Recuerdan una pegajosa balada que cantaba Roberto Carlos anunciando a los cuatro vientos que quería tener un millón de amigos? Ese debería ser el eslogan de estos happenings que amenazan con rescatar del olvido a cuanta persona uno conoció allá por el pleistoceno; porque una de las falacias de este invento es la ventaja de reconectar con gente que no hemos vuelto a ver. Comprendo los beneficios del hallazgo si se tratara de una separación misteriosa o traumática, pero generalmente los individuos que uno dejó de frecuentar es porque de manera natural cada uno tomó un camino divergente. Entonces, ¿por qué el empeño en reunir en un estadio a quienes dejamos de ver porque ya no había necesidad de ello?

La lección que hemos aprendido con el candidato Antanas Mockus es que la tribu enganchada a Twitter y Facebook es de poco fiar más allá de su altar al "yoísmo". Claro, otra cosa sería si pudieran votar por sí mismos. Tal vez entonces interrumpirían la contemplación de su ombligo en el espejo, espejito de sus ordenadores.

En Tecnociencia

    0
    comentarios