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Cristina Losada

Un gran tabú y un mal contrato

Resulta que en España, como en el resto de Europa, el propósito de poner coto a la inmigración y seleccionarla no se puede formular abiertamente. Es tabú, ¡xenofobia!

En la escena política española, la problemática de la inmigración no es abordada: es abordaje. Cualquier propuesta restrictiva se recibe con una salva de acusaciones de racismo. Y el doble rasero da gusto. Aunque la izquierda, desde luego, evita mojarse. Prefiere mandar a su adversario, envuelto en llamas, al infierno fascistoide. La inmigración sólo sirve de pretexto para la agitación. En Cataluña es materia candente de campaña, pero en lugar de argumentos, disparan anatemas. El ex presidente González arengaba días atrás a las bases del PSC en Badalona contra los "demagogos xenófobos" y de "extrema derecha" del PP. Qué previsible, qué triste.

Lejos de la gresca y el alboroto espera la discusión necesaria. Las dificultades prácticas no se resolverán al grito de ¡racistas! El PP viene proponiendo un "contrato de integración" que merece un examen. Sánchez Camacho acaba de presentar un proyecto, idéntico al que llevó Rajoy a las elecciones del 2008, con una adaptación a su geografía política: el inmigrante ha de aprender el español y el catalán. Así, el PP introduce de rondón para los extranjeros el deber de conocer el catalán que rechaza, por inconstitucional, para los españoles. Mas, ¿por qué se ha de obligar a los inmigrantes al aprendizaje de una o dos lenguas? Los hay que ya lo hacen por su cuenta, pero si no fuera así, ¿por qué forzarles? Entonces aparece la palabrita mágica: "integración". Se pretende que el idioma cumpla una función integradora –¿cultural?– cuando el idioma es nada menos, pero nada más que un instrumento de comunicación.

Otros deberes que el contrato del PP impondría el inmigrante resultan menos discutibles, pero superfluos. Cumplir las leyes y pagar impuestos, va de suyo. Nadie se escapa o nadie debería. Y "trabajar activamente por integrarse", vaya usted a saber qué significa. ¿Quién y cómo evaluará el grado de integración? ¿Habrá certificados de "buena integración"? Dejémonos de subterfugios. Todo eso es puro bullshit. Resulta que en España, como en el resto de Europa, el propósito de poner coto a la inmigración y seleccionarla no se puede formular abiertamente. Es tabú, ¡xenofobia! De modo que, a fin de sortear la tácita prohibición, se erige un muro disuasorio de trabas burocráticas que se legitima con la resbaladiza idea de la "integración". Así, por huir de la incorrección política, se cae en la ciénaga identitaria. Peor el remedio.

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