La semana pasada estuve en la Ciudad de México para la conferencia anual de la Red de Libertad Económica, organizada por el Instituto Fraser. Pero también me encontraba en esa metrópolis para cumplir una misión: descubrir qué se puede esperar del próximo presidente mexicano, Enrique Peña Nieto.
Tras su elección, el pasado julio, muchas personas me han preguntado sobre Peña Nieto. ¿Está comprometido con las reformas económicas? ¿Cómo va a atender el problema de la violencia del narcotráfico? ¿Es un viejo dinosaurio del PRI con una cara fresca y una bella esposa? Simplemente, no tenía buenas respuestas, a pesar de que observé los debates presidenciales, seguí de cerca la campaña y leí varios buenos análisis sobre él y su equipo. Afortunadamente, en México descubrí que no era que estaba desatendiendo mis responsabilidades laborales. Pude comprobar de primera mano que nadie realmente sabe qué esperar de Peña Nieto.
Ahora bien, este largo periodo de transición nos está dejando algunas pistas. Y no son halagüeñas. Reforma informó el lunes de que Peña Nieto y su equipo están estudiando la creación de seis nuevas secretarías para las siguientes áreas: telecomunicaciones, mujer, pesca, ciencia y gobernación. Esto sería parte de las primeras iniciativas legislativas que el nuevo presidente enviaría al Congreso. Muchos esperábamos que Peña Nieto diera prioridad a reformas que hicieran más competitiva la economía mexicana. Pero parece que inflar la burocracia será lo primero que hará.
Quizá el mejor test sobre el compromiso reformista de Peña Nieto sea su posición ante la reforma laboral propuesta por el presidente saliente, Felipe Calderón, que pretendía flexibilizar las rígidas normas laborales mexicanas para facilitar a los patronos la contratación y el despido de trabajadores. El proyecto también introducía mayores elementos de transparencia y responsabilidad en los poderosos sindicatos del país (un electorado histórico del PRI).
Si Peña Nieto fuera en verdad un reformista, comprometería el apoyo de la bancada parlamentaria del PRI al proyecto. Desafortunadamente, el PRI logró eliminar las partes del mismo que limitaban el poder de los sindicatos y diluyó aquellas que introducían mayor flexibilidad en el mercado laboral. El proyecto, que ya obtuvo el visto bueno de la Cámara de Diputados y ahora será discutido en el Senado, aún representa un paso en la dirección correcta, pero pudo haber sido mucho mejor. Y todavía queda la posibilidad de que el PRI lo debilite aún más en la Cámara Alta.
México necesita reformas urgentes para que su economía sea más competitiva. En la pasada década tuvo la segunda peor tasa de crecimiento per cépita de América Latina, con menos de un 1% anual. La economía está remontando, pero aún se encuentra lejos de alcanzar su potencial. México no se unirá a los BRIC en un futuro cercano.
El principal obstáculo al potencial económico de México es la falta de competencia en sectores fundamentales como el de las telecomunicaciones, el de los transportes, el del cemento o el de la energía. Según The Economist, "abrir el petróleo [a la inversión extranjera] y reformar la normativa relacionada con los mercados laborales y la competencia podría aumentar la tasa de crecimiento hasta 2,5 puntos porcentuales".
Desafortunadamente, las primeras señales que emite Peña Nieto como presidente electo no son promisorias. Parece estar más comprometido con el statu quo que con las reformas.

