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Cristina Losada

Santiago Cervera, condenado

No conviene menospreciar la estupidez humana, pero tampoco hay que descartar que, como él dice, algún ingenioso bribón le haya tendido una trampa.

No conviene menospreciar la estupidez humana, pero tampoco hay que descartar que, como él dice, algún ingenioso bribón le haya tendido una trampa.

Si a alguien se le aplica hoy, en España, la presunción de culpabilidad con absoluto rigor y sin restricciones es al político. Que haya razones para ello no explica la notable asimetría que rige a este respecto: fuera del ámbito político tenemos notorios estafadores –algunos convictos– a los que parte del público, al menos, concede la presunción de inocencia. Sea por lo que sea, las cosas son así, y es por ello que el diputado Santiago Cervera ya puede hacer o decir, que su sentencia está dictada. Un extremo ése que cualquiera puede confirmar con un repaso a las reacciones del público mediáticamente significativo –el de las redes sociales– a la detención, la rueda de prensa y la dimisión del navarro. Ahí, Cervera es un vulgar chantajista al que le han pillado con las manos en el sobre y en la masa.

Muchos encuentran inverosímil su historia, y algo de cierto hay en ello, pero no afecta sólo a su versión: toda la historia es chocante y disparatada, absurda y chusca. Como la mismísima realidad, tantas veces. A mí me resulta particularmente inverosímil que un diputado chantajee al presidente de Caja Navarra a través de un correo electrónico anónimo y luego vaya en persona a recoger el sobre donde espera que esté el dinero. Hombre, cualquiera puede volverse loco, pasa en las mejores familias, y poner en riesgo, por 25.000 euros extorsionados, carrera política y prestigio. Pero lo de recoger el sobrecito personalmente, en vez de mandar a un propio, cosa que se aprende hasta de las películas más cutres, y sin sospechar que el chantajeado ha podido alertar a la policía, no tiene pies ni cabeza. Sobre todo, ninguna cabeza.

No conviene menospreciar la estupidez humana, pero tampoco hay que descartar que, como él dice, algún ingenioso bribón le haya tendido una trampa. Una celada que habría aprovechado el interés del diputado por las vicisitudes de Caja Navarra, sobre cuya gestión ha sido muy crítico, afeando también la conducta de los dirigentes de UPN y del Partido Socialista en la entidad financiera. Según el chantajeado, José Antonio Asiaín, Cervera ha librado una "auténtica cruzada" contra los gestores de la Caja. Y esto, que era público y notorio, presta argumentos tanto a los que creen que el diputado extorsionó al presidente como a la teoría de la emboscada. Hay para todos los gustos. En puridad, todas las hipótesis, como suele decirse, deberían permanecer abiertas en tanto la investigación no arroje luz sobre el enredo. En realidad, no es así. A efectos públicos, Cervera ya es un mangante de la más baja estofa. Acabe como acabe la indagación judicial, su carrera política terminó ayer.

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