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Eduardo Goligorsky

La piña se desintegra

La piña se desintegra. La Cataluña productiva no se deja llevar de las narices por falsos redentores anacrónicos.

No habría sido en vano el desbarajuste social, cultural y económico que provocó Artur Mas cuando se puso al frente de una furibunda cruzada secesionista si el papelón de su fracaso sirviera de escarmiento a los embriones de mesías que posiblemente se están incubando en otros rincones de España. De todos modos, no estará de más recapitular algunas de las batallitas más aleccionadoras de esta Armada Brancaleone, tan esperpéntica como la que capitaneaba el inolvidable Vittorio Gassman.

Monolíticamente regimentados

Artur Mas pensó que lo que él llamaba "el pueblo", "la gente" o "los catalanes" lo seguiría, monolíticamente regimentado, sin chistar, en la deriva hacia la quimérica Ítaca. Sólo le faltaba un estamento, el de los empresarios, acostumbrados a razonar y echar cuentas antes de embarcarse en aventuras de alto riesgo. Pero creyó que podría seducirlos a ellos también, con su pose ensoberbecida y su discurso demagógico. Y llamó al mundo empresario a hacer piña con el proceso soberanista (LV, 23/10):

No hace falta significarse demasiado, basta con no ir en contra.

Más tarde, en un acto organizado por la Cambra de Comerç de Barcelona, con una participación récord de 560 comensales, sí los animó a pronunciarse sobre el proceso soberanista (LV, 7/11).

El barullo consiguió embaucar a un columnista que presume de objetivo. Escribió Fernando Ónega (LV, 27/10):

Cuando una amplísima mayoría de pequeños y medianos empresarios ve razonable la independencia, y cuarenta colegios profesionales apoyan el derecho a decidir, sucede algo trascendente: la sociedad civil, ésa a la que tanto apelamos, está con Artur Mas.

El apoyo de los cuarenta colegios profesionales debería haber hecho recordar a Ónega la unanimidad con que funcionaban sus representantes en las Cortes Españolas en tiempos de Franco. En cuanto a los pequeños y medianos empresarios, la mentira la fraguó el somatén mediático. Éste informó de que el 53% de los empresarios consultados por la patronal Cecot quería "un Estado catalán" y "sólo un 2%" quería "seguir como ahora" (LV, 12/10). La verdad: el sondeo se realizó entre más de 7.000 empresas asociadas a Cecot, pero sólo contestaron 798. Otro titular se jactaba de que el 67% de los socios de Pimec, patronal catalana de la pequeña y mediana empresa, se había manifestado a favor de un Estado propio (LV, 25/10). La verdad: sólo 2.224 empresas, el 12% del total, había respondido al sondeo. Miedo, no consenso.

El jefe culpable

El que no se dejó engañar y denunció premonitoriamente los puntos débiles de la trama fue Josep Ramoneda, ideólogo del secesionismo progre. Ahí había demasiados topos infiltrados: conservadores y capitalistas. Por eso advirtió (El País, 31/7):

En Convergència, sectores más vinculados al mundo empresarial sienten el pánico de las incertidumbres de un proceso de ruptura.

Para rematarlo con una advertencia muy realista (EP, 13/9):

Un sector muy importante de estas élites [catalanas], las 25 o 30 personas que forman el núcleo duro del poder económico, no están precisamente entusiasmadas con lo que está pasando.

Sintomáticamente, Ramoneda opina ahora que el principal culpable de la derrota fue el jefe de la operación, Artur Mas, un "presidente de corte tecnocrático y conservador" (EP, 27/11), al que traicionó su "frialdad tecnocrática" (EP, 11/12). Para agregar a continuación, invulnerable al desaliento a pesar de que el secesionismo sólo captó los votos de una minoría absoluta, el 34% del censo electoral:

Hubo derrota, sí, pero no del independentismo, sino del presidente Mas y su equivocada estrategia. Por eso Esquerra tiene más poder que antes.

No me equivoqué cuando escribí, en "El timo de los derrotados":

Que se prepare Mas. Lo peor está por venir, y no de sus adversarios sino de sus visires y sus escribas. Los secesionistas no están sobrados de escrúpulos.

Perfil alarmante

Tampoco hay que olvidar, si queremos precavernos de mayores males, lo que se ha diagnosticado sobre la personalidad excéntrica de Artur Mas. Francesc de Carreras lo describió, con argumentos muy sólidos, como un iluminado (LV, 12/10). A mi vez, no pierdo oportunidad de recordar que cuando La Vanguardia le pidió, lo mismo que a otros políticos catalanes, que se fotografiara, durante los Carnavales del 2001, con el disfraz que mejor reflejara su personalidad, el resultado fue (LV, suplemento "Vivir", 25/2/2001) un estrambótico Sant Jordi, enfundado en una cota de malla de 25 kilos, lanza en ristre, pisoteando a un ridículo híbrido de lagartija y dragón de utilería.

Este perfil es alarmante, pero lo es mucho más si se piensa que su aliado predilecto para la marcha hacia la utópica secesión será el líder de ERC, Oriol Junqueras, aunque escenifiquen diferencias de agenda. El entrevistador Lluís Amiguet le preguntó a Junqueras (LV, 12/11) cuándo y por qué se hizo independentista, y éste le respondió:

A los ocho años (...) Y también recuerdo que fui muy consciente del referéndum de la Constitución (...) A los ocho años yo ya tenía muy claro que estaba contra la Constitución española. Ya tenía vocación política.

No faltan formadores de opinión que, desilusionados con Mas, vislumbran potencial de futuro en este advenedizo que, según propia confesión, hoy no ve más allá de lo que veía con precoz fundamentalismo cuando tenía ocho años. A esa edad, los niños normales sueñan con ser bomberos, deportistas o astronautas, no talibanes.

Entente depredadora

Se explica, entonces, que el tejido productivo al que Cataluña debe su prosperidad y sus valores se rebele contra la posibilidad de que personajes tan extravagantes, que resultarían pintorescos en un guiñol pero no en cargos de responsabilidad, marquen el rumbo de una deriva que conducirá fatalmente al abismo. Sobre todo cuando Mas prometió, antes de la derrota (LV, 9/11), un porvenir aun más tenebroso:

Si llegamos a la conclusión de que si Catalunya tiene un Estado propio nos quedaremos fuera de la UE, nuestro país tendrá que hacer una reflexión final sobre si seguimos el camino iniciado o no, y yo personalmente soy partidario de hacer en cualquier caso el camino.

Frente a tamaña amenaza, la urgencia del cambio aflora en los lugares más sensibles. Escribe Manel Pérez (LV, 2/12):

La gran burguesía del país no veía con buenos ojos el giro de Mas, inquieta por el choque que implicaba con el Gobierno de Mariano Rajoy y por presagiar complicaciones comerciales con el mercado español. (...) La fosa entre el nacionalismo convergente y la gran empresa se ha ensanchado, en gran parte porque no se explican el fallo de cálculo que ha revelado el recuento de votos y la situación a la que se ha abocado al país.

(...)

Para estos sectores, el objetivo ahora es poner de manifiesto la escisión que se está produciendo en el nacionalismo entre el sector moderado y el radical, antes que resaltar la unidad entre ellos. En la medida en que Mas centre el eje de su actuación en la consulta al pueblo catalán, más preocupación generará entre quienes siguen mirando a Madrid, el déficit y los mercados como las estrellas de referencia de su universo existencial. (...) El primer impulso del mundo económico ha sido plantear propuestas de resurrección de acuerdos con el PP.

Batalla sin cuartel contra la entente depredadora CiU-ERC. Volvemos a LV, 11/12:

La Cambra de Comerç de Barcelona se opuso ayer de manera frontal a la propuesta de ERC de aumentar impuestos como condición para apoyar a Artur Mas como presidente de la Generalitat. "Nos posicionamos en contra de cualquier aumento de la presión fiscal", declaró ayer el presidente de la Cambra, Miquel Valls, en una comparecencia.

La piña se desintegra. La Cataluña productiva no se deja llevar de las narices por falsos redentores anacrónicos que, y esto hay que repetirlo hasta el hartazgo, sólo representan al 34% del censo electoral. Minoría de insumisos contumaces que pretenden imponer a todos los catalanes otro largo periodo de crispación, de ruptura con España y la Unión Europea, y de empobrecimiento económico y cultural. Y de corrupción (LV, 13/12):

Según el barómetro 2012 de la Oficina Antifrau de Catalunya, el 92,8 de los catalanes cree que la corrupción en Cataluña es un problema muy o bastante grave.

El Estado propio que ambicionan, ¿sería de matriz berlusconiana, o acaso peronista?

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