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José María Albert de Paco

Lágrimas por el dolor ajeno

La defensa de la democracia te convierte en cómplice de asesinato, y la celebración del más largo periodo de paz que hayamos vivido, en un fascista.

La defensa de la democracia te convierte en cómplice de asesinato, y la celebración del más largo periodo de paz que hayamos vivido, en un fascista.

Lloraba Colau en el juzgado como lloró en el Congreso, y ante el llanto de una mujer libre pocos, muy pocos argumentos pueden oponerse. Llevarle la contraria a Colau es como llevársela a Erin Brockovich, a Rainman o a Kramer contra Kramer. No sólo por lo que su borboteo tiene de trágico y, por consiguiente, de ficcional, en la mejor tradición de un Enric Marco que pechara con el duelo por todos los suicidas que en el mundo han sido, ¡plañidera global!; también porque, en la medida en que presenta sus ideas empapadas en lágrimas (insisto: lágrimas contra el dolor ajeno, pura farmacopea socialdemócrata), de lo que se acaba discutiendo no es de ideas, sino de lágrimas; del mismo modo que, cuando verdad y mentira juegan a entrelazarse siempre, siempre acaba resplandeciendo la mentira. Y así, a la menor apelación a la ley te dan en la cabeza con un muerto, acaso el último desahuciado que se ha tirado por el balcón, da igual que los porqués sean inaprensibles.

De igual manera, la defensa de la democracia (de esta democracia, sí) te convierte en cómplice de asesinato, y la celebración del tedio institucional, del más largo periodo de paz y prosperidad que hayamos vivido jamás, en un fascista. Vienen ganas de abjurar de todo sentido de la mesura y tomar la calle al grito de "¡Aquí estamos, nosotros no lloramos!". Pero no; a lo más que llegamos es a estampar un discreto detente bala en el artículo, tipo "y que conste que yo estoy a favor de esta reivindicación, pero claro, eso de denigrar al adversario no son formas", no vaya a ser que nos consideren unos miserables, porque sólo un miserable, ya digo, es incapaz de conmoverse con la escena en que Schindler abjura de sí mismo por no haber vendido el coche para salvar otra vida, siquiera una más.

Ése es el verdadero triunfo de Colau, ése es el verdadero escrache, el que señala a los ciudadanos que, precisamente en virtud del principio de ciudadanía, no admiten que a los diputados se les reboce en plumas y alquitrán. Eso, en fin, es lo que permitido que la PAH siga opositando a santidad tras haber propugnado una solución cuyo par semántico es la socialización del sufrimiento, y que más parece la solución final.

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