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Cristina Losada

El 'diplogag' de Artur Mas

Para el proceso secesionista que se traen entre manos es asunto de vida o muerte que el mundo exterior se pasme ante el maltrato que España inflige a Cataluña.

Para el proceso secesionista que se traen entre manos es asunto de vida o muerte que el mundo exterior se pasme ante el maltrato que España inflige a Cataluña.

La Generalidad catalana está sin blanca, como es notorio y se lamentan a diario sus máximos representantes. Artur Mas acaba de declarar misión imposible el recorte de 3.500 millones de euros que requiere cumplir el techo de déficit autonómico. Tan penosísima situación financiera no impide ciertos dispendios que el gabinete de CiU juzga imprescindibles. Las embajadas en Bruselas, París, Londres, Nueva York y Berlín, más las 35 oficinas de acción que mantiene en lugares estratégicos del planeta, figuran naturalmente en el capítulo de necesidades básicas. Al entramado se ha añadido un servicio de diplomacia amateur llamado Diplocat.

Diplocat es, sobre el papel, un voluntariado. Un servicio integrado por ardientes y generosos voluntarios que explicarán por el mundo adelante que el nacionalismo catalán es muy bueno y España muy mala; que España es tan supermala que no queda otra que divorciarse de ella cuanto antes. En el argumentario que se les ha distribuido se dice que España es un país "caótico". Lo que no se dice es que uno de los elementos caóticos más señalados que tenemos en España es la política de la propia Generalidad catalana. Sólo con sus desafíos a la Constitución, a la ley y al Estado de Derecho introduce caos e incertidumbre de sobra.

Para el proceso secesionista que se traen entre manos es asunto de vida o muerte que el mundo exterior se pasme ante el maltrato que España inflige a Cataluña. Una parte sustancial de ese maltrato es, dicen, económico: "España nos roba". Pero la paradoja ante la que bien se puede pasmar el mundo es cómo, ¡a pesar del maltrato!, el gobierno catalán logra financiar unas embajadas ubicadas en algunos de los barrios más caros de la Tierra. La de Nueva York, sita en el Rockefeller Center, costaba –sólo en concepto de alquiler– medio millón de euros al año; la de París, no mucho menos. Costaban: cuando se sabía cuánto costaban. El parlamento catalán rechazó, hace muy poco, que se revelara el coste que tendrán este año todas las delegaciones de la Generalidad en el extranjero. No es bueno para la causa que el contribuyente sepa cuánto le cuesta la broma.

La diplomacia amateur tampoco sale gratis: sale del presupuesto público; pero tampoco es novedad. La diplomacia de aficionados de la Generalitat se vistió de largo, con lanza y corona, en la época del tripartito. Cuando Maragall, que luego pidió disculpas, y Carod, que no las pidió, hicieron payasadas en Israel, allá por el 2005, desde CiU se les exigió que no hicieran el ridículo. Ahora, CiU monta Diplocat. Seguro que proporciona nuevos diplogags memorables.

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