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Cristina Losada

Qué fácil es engañar a Beatriz Talegón

"Me la han colado. Aún creía en algunos profesionales", dijo. No creer en ciertos profesionales es una de las lecciones a extraer del invento.

"Me la han colado. Aún creía en algunos profesionales", dijo. No creer en ciertos profesionales es una de las lecciones a extraer del invento.

Voy a romper una lanza por Beatriz Talegón, secretaria general de la Unión Internacional de Jóvenes Socialistas, y víctima ya de más de un engaño. El de mayor notoriedad, por el que la traigo aquí, es que creyó que Adolfo Suárez, Felipe González y otros políticos del momento, con la avenencia del Rey y bajo la dirección escénica de Garci, simularon un intento de golpe de Estado el 23 de febrero de 1981 a fin de consolidar la naciente democracia.

Hay que decir en su descargo que Talegón cayó como una pardilla en la trampa preparada por una cadena televisiva acompañada de cientos de miles de personas, que habían tomado –y tal vez siguen tomando– el programa de marras por un programa periodístico. Resultó, huelga decir, que todo era mentira. Era mentira tanto que el Tejerazo hubiera sido una escena preparada y ensayada como que el programa que difundió la trola sea un espacio donde se maneja información.

La diferencia con el crédulo común que estaba en el sofá viendo la tele es que a Talegón, por su proyección pública, la pillaron con las manos en Twitter. Porque ella, para eso está en la política, dejó allí dicho que sabía de buena tinta. Que sabía que había "investigaciones serias" que avalaban la delirante e hilarante teoría servida en Operación Palace. Incluso después, cuando supo, escribió una larga y algo confusa pieza en la que sostuvo que había razones de sobra para creer muchas de las cosas que se contaban en el mockumentary. Otras personas que se tragaron la pantomima lo hicieron también por eso, y aun descubierto el pastel pensarán que si no era verdad, bien podía serlo.

De todas las facetas de esta pequeña historia, la pretensión de los autores de la broma de cubrirse el flanco ético con unos supuestos beneficios pedagógicos es el aspecto más altisonante y ridículo. Vaya desmesura ésa de que se trataba de educar a la población televidente en lo fácil que resulta engañarla. Para tan dudosa hazaña basta quebrar las reglas tácitas que rigen la relación entre el periodismo y el público. Aquí se quebraron de raíz, ya que, para asombro de incautos, de lo primero no había nada cuando lo daban por supuesto. "Reconozco mi error. Me la han colado. Aún creía en algunos profesionales", puso Talegón al caerse del guindo. No creer en ciertos profesionales es una de las lecciones a extraer del invento.

La moraleja final, la excusatio non petita, reflejaba el núcleo mismo de la patraña: hacer como que se había hecho periodismo. Hombre, no fastidien. Reconozcan que sólo querían atraer a la audiencia y déjense de sermones. No intenten exprimir gotas de ética de la antiética. Hagan la inocentada, digan que no buscaban otra cosa que tomar el pelo y que se lo pasaron muy bien riéndose de los parvulitos. Sobra lo de impartir lecciones y adornar la mofa con virtudes cívicas. Sean abiertamente deshonestos, que es más honesto y mucho más divertido. En cuanto a Talegón, manténgase alerta: éste no es el peor de los engaños en los que ha caído.

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