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Raúl Vilas

Nos toman por imbéciles

¡Cómo pueden tener tanta cara dura! ¿Y a ustedes quién les ha nombrado? ¡Pero si ustedes no son más que una injerencia con patas y toga!

Pocas veces se ha insultado a la inteligencia de los ciudadanos de forma tan obscena como en todo lo que rodea a la suelta masiva de etarras, seña de identidad, desde Bolinaga, de la infame política dizque antiterrorista de este Gobierno. La cosa adquiere un grado de vileza, por lo que tiene de humillación a las víctimas del terrorismo, que deslegitima a las instituciones que la perpetran y a una opinión publicada que lo aplaude, lo ampara, lo silencia o simplemente mira para otro lado. La regeneración, de la que tanto se habla, no será más que una quimera con unas elites políticas, judiciales y mediáticas, así como buena parte de la sociedad, incapaces de tener un mínimo de empatía con las víctimas del terrorismo y su desgarrador grito de "¡Memoria, dignidad y justicia!". Uno no puede ser presidente del Gobierno de España, juez de la Audiencia Nacional, diputado o director de un periódico si no se pone todos los días, al menos unos minutos, en la piel de las víctimas del terrorismo. No mientras haya más de 300 asesinatos de ETA sin resolver y sus responsables sean excarcelados, aun negándose a colaborar con la justicia. Eso no hay Estado de Derecho ni Tribunal de Estrasburgo que lo justifique. Se pongan como se pongan.

ETA ha matado españoles por el hecho de serlo. Yo, como cualquier otro español, no soy víctima del terrorismo porque el 11 de diciembre de 1995 ningún familiar mío pasaba por Puente de Vallecas. O porque mis padres no decidieron ir de compras a Barcelona el 19 de junio de 1987, cuando voló por los aires Hipercor. Podrían haberlo hecho, ¿por qué no? Fue una cuestión de azar, puro azar. ETA jugó con los españoles, con todos, a una inmensa ruleta rusa y ahora a quienes no les tocó la bala del cargador se ríen de los que tuvieron peor suerte. No es esta la idea que tengo de una sociedad civilizada. A la cabeza de la infamia están los partidos políticos (PP y PSOE) que manejan las instituciones del Estado como si fueran su cortijo. La única separación de poderes vigente en España desde hace décadas son los dos kilómetros que distancian la calle Génova de la calle Ferraz. Mientras el Consejo General del Poder Judicial, del que dependen todos los tribunales y órganos judiciales, sea un mercado de ganado en el que los partidos, todos salvo UPyD, se intercambian jueces como si fuesen terneros, cualquier decisión judicial que afecte a la política está bajo sospecha. Como aspirantes a ciudadanos libres e iguales no podemos creer en esos tribunales.

La nota que ha excretado hoy el Tribunal Supremo, firmada por terneros de todas las ganaderías, es un ejemplo de hasta qué punto nos toman por imbéciles desde las instituciones. Como también lo fueron los aspavientos de Soraya y Fernández Díaz ante las últimas excarcelaciones. ¿De verdad pretenden que creamos que la suelta de etarras se produce sin la aquiescencia de este maldito Gobierno? Es más verosímil la existencia del Ratoncito Pérez. Es una inmensa tomadura de pelo. Además, aunque fuera cierto, que evidentemente no lo es, tenemos la obligación moral de no creerlo, ni esto ni nada hasta que la Justicia sea un poder independiente de los partidos políticos.

Si los etarras están en la calle es porque Rajoy ha asumido, con un entusiasmo impropio en la ameba barbada, los enjuagues de Zapatero con la ETA. La misma razón por la que están en las instituciones los representantes de la banda. Hablan los delegados de PP y PSOE en el Supremo de "injerencias del Gobierno". ¡Cómo pueden tener tanta cara dura! ¿Y a ustedes quién les ha nombrado? ¡Pero si ustedes no son más que una injerencia con patas y toga! Dicen fuentes jurídicas que la nota del Supremo es "insólita". Insólito es cómo se asciende en la carrera judicial. Insólita es la composición de los tribunales. Insólito es que unos servidores públicos se cisquen así en las víctimas del terrorismo y se rían, sin el menor pudor, de todos los españoles que conservan un mínimo de decencia. No hace falta que les diga a qué lugar los mandaría a todos. Pues eso.

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