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Santiago Abascal

Nuestra guerra contra la yihad

No es la primera vez que esta lacra golpea Occidente. Tristemente no será la última.

El pasado viernes el terror se apoderó de París y de millones de personas en toda Europa. Un nuevo ataque yihadista ha dejado, hasta el momento, 129 muertos y cientos de heridos. Entre los fallecidos hay dos compatriotas. No es la primera vez que esta lacra golpea Occidente. Tristemente no será la última. La bestia volverá a herirnos con su zarpa y lo hará también en España. Eso está fuera de toda duda. El único interrogante es cuándo. Ha llegado el momento de que el pueblo español abra los ojos y se dé cuenta de que España, al igual que sus aliados occidentales, está en guerra. Incluso en una guerra más evidente que el resto porque la recuperación de Al Ándalus es un anhelo islámico. Es la guerra del siglo XXI, una guerra global y asimétrica en la que no hay frentes, vanguardias ni retaguardias y en la que todos los ciudadanos estamos expuestos.

El islam anda convulso, sometido también a una guerra interior que no refleja más que un replanteamiento interno de lo que son y hacia dónde quieren ir los musulmanes. Democracia versus fanatismo islámico. Libertad y derechos humanos versus adoctrinamiento y violencia. En todo este paradigma, están surgiendo como poder hegemónico los terroristas del Califato Islámico (Daesh). Esta mancha de terror está corriendo como la pólvora por el norte de África, habiendo alcanzado ya Libia y golpeado con dureza Túnez y el corazón de Europa. Su enemigo es todo aquel que no abraza el fanatismo. El enemigo somos tú y yo: la supresión de nuestra democracia y nuestro régimen de libertades y su sustitución por la ley islámica. Ese es su objetivo declarado.

Pero el árbol no debe de impedirnos ver el bosque. Dentro de esta amenaza global, España debe identificar sus propias amenazas y combatirlas desde un enfoque integral de manera coordinada con las propias de sus aliados y lograr así la derrota definitiva del islamismo radical. Un enfoque integral que incluya la acción militar, policial, de política exterior, social y judicial de manera equilibrada.

Para nosotros, nuestra primera atención se encuentra en la estabilidad del norte de África. Los fundamentalistas tienen allí uno de sus principales objetivos. Lo afirmo con la desconfianza intacta, pero Marruecos se muestra, hoy por hoy, como un país amigo de Occidente, a pesar de sus restricciones a la libertad religiosa y política, a pesar de su hostilidad hacia nuestras plazas africanas de Ceuta y Melilla y a pesar de que cierra y abre a conveniencia el grifo de las mareas de inmigrantes subsaharianos. Dicho todo eso, Marruecos se encuentra amenazado no solo por el avance procedente del este, sino por la presión fanática que también tiene desde el sur en el Sahel, donde los terroristas gozan de libertad de acción. La fortaleza de Marruecos y unas efectivas Fuerzas Armadas españolas que puedan responder de manera anticipada y eficaz a la amenaza terrorista son la mejor garantía de nuestra seguridad.

Por ello, es necesario hacer caso a la petición que la OTAN efectuó recientemente de un aumento en nuestro presupuesto de defensa, el más bajo de la Alianza, menos de un 0,5% del PIB. Un aumento que permita a nuestras Fuerzas Armadas salir del estado de precariedad en el que se encuentran, resultado de tantos años de abandono por parte de una clase política que ha pensado que la seguridad que disfrutamos es gratis. Una clase política que ha recortado en defensa pero que ha mantenido intactos sus privilegios y el disparatado despilfarro de las comunidades autónomas.

Además de reforzar nuestra defensa, el Gobierno tiene que desarrollar políticas sociales de apoyo a la natalidad. Con sólo 1,3 hijos por mujer, somos el país con la demografía más débil de toda Europa. Necesitamos beneficios fiscales para las familias, medidas de apoyo a la conciliación familiar y apoyo a las mujeres que quieren seguir adelante con sus embarazos. El actual suicidio demográfico nos lleva a un multiculturalismo que se está demostrando fracasado en los países de Europa que nos han precedido en el fenómeno de la inmigración. No todos los musulmanes son radicales, a pesar del Corán, de sus violentos versículos a favor del exterminio de judíos, cristianos y ateos, y a pesar de que el islam es más un código político que una religión. Pero lo cierto es que los yihadistas están reclutando a jóvenes terroristas aprovechando los problemas de falta de integración social de los musulmanes en los suburbios de las grandes ciudades europeas.

Por último, es absolutamente necesario mantener un estricto control de lo que pasa en las mezquitas españolas. Estamos orgullosos de nuestro sistema de libertades, uno de cuyos pilares es la libertad religiosa. Siempre hemos defendido que la práctica de la fe islámica está amparada por nuestra Constitución. Pero no podemos consentir que, amparándose en ella, los imanes fundamentalistas prediquen el odio y la violencia contra Occidente, ni que se financien las mezquitas desde países que impiden la libertad religiosa en su seno. ¡Reciprocidad! Si no se puede erigir iglesias allí, tampoco mezquitas aquí. Un imán que en su predicación diga "El castigo de Alá caiga contra los infieles, que Alá les envíe los mayores sufrimientos" está incitando al odio y debe ser castigado con la cárcel o la expulsión, si es extranjero. Además, hay que exigir a la comunidad islámica la más estrecha colaboración en la identificación y control de los violentos. Sólo así podremos dar crédito a que actos execrables como los de Paris no se han realizado en su nombre.

Nos jugamos mucho en esta guerra. Lo que hemos visto en París puede pasar mañana en Madrid, Barcelona o Bilbao. Si las ratas de Daesh siguen expandiéndose y toman el norte de África, los atentados en nuestras ciudades pueden ser tan frecuentes como lo fueron los del terrorismo etarra en los años 80, multiplicándose por diez el impacto de cada atentado.

Por eso es necesario elaborar una política de Estado que alcance un consenso para reforzar nuestra Fuerzas Armadas, apoyar a nuestras familias y dotar a nuestras Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado de las herramientas necesarias para poner a buen recaudo a los predicadores del odio. Todos estos son temas que deben ser consensuados y han de quedar fuera de la disputa política. En Vox estamos dispuestos a ello.

Para otro artículo dejo el papel nefasto de Arabia Saudí en todo esto, nuestra avidez por sus petrodólares y el papel de un Putin que ha convertido al Oriente en Occidente. También para otro escrito dejo el hecho de que el islam pretenda tener bula para no recibir críticas en una sociedad en la que la libertad de expresión es la base de la convivencia. Aquí se puede arremeter sin piedad contra la izquierda, poner a caer de un burro a la derecha, decir disparates del cristianismo, achacar a Israel los males de la humanidad... pero del islam no se puede hablar sin que te coloquen el cartel de islamófobo. A algunos no nos amordazarán nunca. Pero, lo dicho, para otro artículo.

En España

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