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Emilio Campmany

Cultura de pactos

Es habitual en los análisis de estos días acusar a nuestro sistema político de ausencia de cultura de pactos. No es verdad.

Es habitual en los análisis de estos días acusar a nuestro sistema político de ausencia de cultura de pactos. No es verdad. En la mayoría de las ocasiones ningún partido ha sido capaz de alcanzar la mayoría absoluta, y en todas ellas el partido vencedor ha sido capaz de alcanzar acuerdos con los nacionalistas catalanes y a veces también con los vascos. Si Convergència i Unió siguiera existiendo, conservara su disfraz de moderación y hubiera obtenido sus habituales resultados, Rajoy habría podido perfectamente llegar a un acuerdo con Ciudadanos y luego completar la mayoría con los votos de los nacionalistas catalanes y, en caso de ser necesarios, redondear los números con la media docena de diputados del PNV. ¿Qué ocurre hoy? Que los convergentes, además de sumar sólo 8 escaños, se han quitado el disfraz y se han excluido de cualquier pacto presentándose abiertamente como separatistas. Encima, los 6 del PNV, supuestamente moderados, insisten en exigir el derecho a decidir para su región.

Así pues, el problema no es la falta de cultura de pactos. El problema es que, autodescartados los nacionalistas, cualquier candidato que pretenda ser investido necesita que PP y PSOE se pongan de acuerdo. Polarizado como ha estado el electorado entre estos dos partidos, no es fácil que los electores que aún conservan se percaten de que tal polarización, que nunca estuvo del todo ideológicamente justificada, ya no es posible. ¿Cómo reaccionarían los votantes socialistas si una abstención del PSOE diera el Gobierno a Rajoy? Lo probable es que muchos de ellos se arrepintieran de no haber votado a Podemos. ¿Qué ocurriría si fuera el PP quien con su abstención permitiera a Pedro Sánchez ser investido? Pues que la mayoría de los que a regañadientes han seguido votando a Rajoy lamentarían que su voto sirviera para devolver el poder al PSOE, mucho más cuando los socialistas están hoy dirigidos por uno que, aunque parezca imposible, es más atolondrado que Zapatero.

A la vista está que no hay ningún obstáculo programático para que PP, PSOE y Ciudadanos lleguen a un acuerdo. Lo prueba la ausencia total de debate acerca de la política que desarrollaría el hipotético gobierno que saliera de tal pacto. El obstáculo real es el castigo electoral que esperaría a quien de los dos grandes partidos cediera y diera el gobierno al otro. De forma que no es la falta de cultura de pactos de nuestros políticos lo que tiene atascada la investidura. Es la oposición de los electores que PP y PSOE todavía conservan a que uno consienta el gobierno del otro.

Así las cosas, no hay más remedio que buscar una figura alternativa a Rajoy y a Sánchez que no suscite la ira de ninguno de los dos electorados. Pero, para eso, es necesario que estos estadistas de pitiminí estén dispuestos a dar un paso atrás. Y eso ya sabemos que hoy por hoy es impensable.

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