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Amando de Miguel

Líderes, encuestas y otras nimiedades

Los líderes de los cuatro partidos principales deberían haber dimitido antes del 26 de junio.

Mal que bien, existen procedimientos para elegir a los líderes de los partidos. Pero no se ha establecido ningún método para que los dirigentes terminen su mandato de forma voluntaria. Es una práctica aconsejable que solo la llevó a cabo Aznar, tan raro él. Sería de desear que la política no fuera una profesión sino una especie de voluntariado para unos cuantos años.

Los líderes de los cuatro partidos principales deberían haber dimitido antes del 26 de junio, en vista de que no fueron capaces de formar Gobierno. Con mayor razón deberían dejar paso a otros si, en unos pocos días, tampoco ahora saben constituir un Gobierno estable. Cualquier cosa menos ir a la hecatombe de unas terceras elecciones. 

Rajoy debería adelantarse y dimitir como un gesto de máxima elegancia, después de haber sacado más votos que nadie. De esa forma facilitaría otras dimisiones.

Se ha dicho casi todo sobre un hecho que ha condicionado los resultados de las pasadas elecciones: el fracaso de las encuestas. Estamos ante uno de los grandes derroches del dinero público, puesto que el coste de los sondeos corre a cargo de los partidos.

Las encuestas se han equivocado rotundamente al anticipar los resultados por varias razones:

a) Se han manejado como un instrumento de propaganda. Sus análisis se adecuan a lo que se considera noticiable. Se sospecha que unas encuestas se copian a otras en los resultados más noticiosos.

b) La intención de voto se confunde con la popularidad de los líderes.

c) Se corresponden estrechamente con la ideología de los medios que las difunden.

d) Los sociólogos se ven presionados por sus clientes a dar la intención de voto (y con un decimal, para mayor inri), no a analizar las interrelaciones entre los datos.

Seamos claros. Las buenas encuestas son las que no se publican. En ese caso sirven para que los partidos organicen sus estrategias.

Sería aconsejable eliminar la práctica de las encuestas llamadas israelitas o a pie de urna. Sus resultados son manifiestamente disparatados. Además, constituyen una cierta intromisión en la vida privada de los entrevistados. Deberían sustituirse por estudios cualitativos, como las llamadas discusiones de grupo semanas antes de los comicios. Son mucho más baratos.

El arte de establecer previsiones para el inmediato futuro político es tan necesario como dificultoso. El sesgo común, pero evitable, es el wishful thinking, o sea, considerar que el futuro va a ir en la dirección de lo que le conviene al pronosticador o a su cliente. Se traduce en la expresión tan corriente de "espero y deseo", manifiestamente alejada del pensar científico. Responde a una disposición humana y razonable, pero puede resultar engañosa. Conviene sobreponerse a ese impulso natural y hacer un esfuerzo para comprender que el futuro no tiene que corresponder necesariamente con los deseos.

Cabe también el sesgo contrario, aunque es más raro. Se podría llamar hateful thinking. Simplemente, se aventura un presagio, pensando en que a lo mejor así se ponen los medios para que no se cumpla. Es más útil, pero se comprende peor.

A primera vista, los llamados partidos emergentes (Podemos, C's) parecen los grandes derrotados, pero solo respecto a las correspondientes expectativas, creadas por su ventajosa publicidad. En relación con su trayectoria (partían de cero hace dos años), mantienen un éxito notable. Pesan mucho más que los partidos nacionalistas, los cuales resultan beneficiados por la ley electoral.

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