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Amando de Miguel

La corrupción legal

El arte de la política consiste en hacer favores dentro de la ley o al menos guardando las apariencias legales.

Es fácil concluir que hay que atacar las diferentes formas de corrupción política, el uso indebido del dinero público. Tampoco es posible erradicarlas porque siempre serán una manifestación de los pecados capitales, esto es, la meramente adscrita a la conciencia humana. Pero es claro que hay grados de corrupción, de pillaje de los políticos codiciosos y de sus secuaces.

Cuesta más entender que existan formas sutiles de corrupción perfectamente legales y que, por tanto, no van a poder encajarse en las figuras penales. La principal es lo que se ha llamado puertas giratorias. Son formas de recompensar legalmente con favores económicos las decisiones que toman los políticos. La imagen sería más propia con la analogía de puertas correderas que facilitan el paso de las estancias políticas a los despachos de los grandes grupos económicos. El esquema es muy simple. Gracias a que el Estado concentra un gran trozo del pastel económico, las decisiones de los que mandan pueden condicionar la cuenta de resultados de muchos negocios, los de más altos vuelos. A su vez, los dirigentes de esas grandes empresas premian con sustanciosos puestos de asesoramiento o cosa parecida a los que un día mandaron en la alta política. Todos contentos, qué felicidad. De bien nacidos es ser agradecidos.

Se comprenderá ahora el constante fulanismo (según la expresión de Unamuno) que azota a todos los partidos políticos con representación parlamentaria. Sus gerifaltes se disputan las gradas del poder como los machos de los mamíferos luchan ritualmente para ganar el acceso a las hembras, y perdón por el comparando. Todo sea por llegar a mandar, idealmente para poder escribir en el BOE o equivalentes. Hasta entonces habrá que ir relegando a los posibles competidores, los del mismo partido. La razón es que el ápice del poder al que se intenta llegar trabajosamente es muy estrecho y la pendiente hacia él resulta muy empinada.

Harán bien los candidatos a mandar en reprobar a los corruptos, digamos, penales o ilegales. Se trata de los menos listos que se van quedando en el camino. El arte de la política consiste en hacer favores dentro de la ley o al menos guardando las apariencias legales. Favor con favor se paga.

Una ilustración. Ahora hemos sabido que el nuevo presidente de la Telefónica (o como ahora se llame) ha decidido prescindir de 50 cargos de asesores. Fueron nombrados en su día más que nada por haber ostentado antes altos puestos políticos. Figuraba, por ejemplo, un antiguo presidente del Congreso y ministro de Defensa, entre otras sinecuras. A su vera se hallaba un exdirigente de Comisiones Obreras o una de las manos derechas del presidente de la Generalidad de Cataluña. Es fácil imaginar que la puerta corredera se abriría a otros muchos altos cargos políticos. Tampoco resulta verosímil que el supuesto se haya dado solo en la compañía Telefónica. Se comprende que se den tantos esfuerzos para situarse en las listas electorales de los partidos. Lo que estimula no es tanto el sueldo como la puerta corredera.

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