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Javier Somalo

César Velasco, gracias otra vez

Los cargos siempre le sirvieron para hacer cosas por los demás y nada para sí mismo, algo tan poco común. Quizá por eso no era persona muy conocida.

Conocí a César Velasco Arsuaga gracias a Santiago Abascal Conde. Velasco y los Abascal son un buen ejemplo del coraje infinito que tuvo un puñado de españoles en los años de plomo de ETA, más aún si era en el heroico PP de Álava de entonces.

Se me quedó grabado el relato –contado sin darle importancia– de uno de sus habituales paseos a caballo por el monte en los que o Santiago Abascal Escuza o César Velasco se ponían en cabeza de la expedición al llegar a zonas angostas o boscosas por si había cables cruzados en el camino conectados a alguna bomba. No eran bravuconadas, ya les había sucedido. La amenaza etarra no sólo consistía en recibir cartas, también en pensar que detrás de cada esquina, al arrancar el coche o entre dos árboles uno podía encontrar la muerte.

César sabía como nadie que el nacionalismo siempre ha concedido una extraordinaria importancia a los símbolos y a la Educación, pues desde ellos, además de con la perversión del lenguaje, se conquista a los jóvenes para la causa. Por eso dio la batalla esgrimiendo concienzudamente la Ley para impedir sus éxitos y nuestras derrotas. Su incansable trabajo para que se acatara la Ley de Símbolos consiguió que el Tribunal Supremo obligara a instituciones vascas a instalar la bandera de España en muchas fachadas. En Libertad Digital se quejó de que no había sido precisamente Bildu quien incumplió la ley sino el PSE de Patxi López… tampoco el PP de entonces, ya contagiado de complejos, hizo causa de aquella vergüenza.

Yo quise que contara su labor hace ya unos años en Debates en Libertad pero a él no le gustaban los focos ni el protagonismo. Todo lo que hacía lo consideraba una obligación ineludible sin mérito alguno pese a que, como los Abascal, ponía su vida en serio peligro muchas más veces de las que trascendían. Conseguí engañarlo pero él hubiera preferido hacer las cosas sin publicidad.

César puso también en marcha junto a DENAES la campaña Un exiliado, un voto para que se demostrara que si de verdad los vascos pudieran votar en el País Vasco y los navarros en Navarra, el nacionalismo quedaría arrinconado. Las balas y las bombas mataron a muchos; las amenazas y el miedo echaron de su tierra a cientos de miles. En esta casa dimos impulso a aquella iniciativa pero nos topamos con muchos de los llamados "constitucionalistas" que elogiaban el esfuerzo pero ponían en duda el término exiliado, demasiado crudo, demasiado sincero, demasiados complejos quizá. El PP vasco, dirigido entonces por Antonio Basagoiti, respondió positivamente a la campaña en uno de sus últimos reflejos de aquellos principios sólidos que se llevaron a tantos a la tumba. Los medios de comunicación silenciaron por completo la iniciativa.

César Velasco fue procurador en las Juntas Generales de Álava y subdelegado del Gobierno en Álava con el gobierno de José María Aznar. Fue también jefe de la Policía Local de Logroño, amén de dirigente local del PP alavés. Los cargos siempre le sirvieron para hacer cosas por los demás y nada para sí mismo, algo tan poco común. Quizá por eso no era una persona muy conocida.

Últimamente César me enviaba mensajes de whatsapp con reflexiones, noticias, vídeos. Unas veces como mero desahogo y otras con el afán, siempre anónimo y desinteresado, de aportar datos para una posible noticia. El último que conservo y que hoy he vuelto a consultar –veo que acababa de cambiar su foto de perfil por una con los brazos abiertos en medio del monte, cerca ya del Teide– trataba de una posible noticia que ahora no viene al caso y terminaba diciendo:

Procuro no molestarte porque sé lo ocupado que estás pero yo me he jubilado y sigo con la misma mentalidad de defender los intereses de los españoles, aunque sea un incomprendido.

Le contesté: Bendita sea tu mentalidad. Ya podría ser contagiosa…

Gracias, fue la última palabra escrita que yo obtuve de él y que conservaré en ese whatsapp. Siempre daba las gracias por mucho que yo le dijera que era él quien las merecía. Pues de nuevo gracias, César, por tantas hazañas conseguidas en silencio y con una sonrisa. Descanse en Paz.

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