Mientras el reality show Puigdemont sigue su curso y el delito penal de fondo se sustituye por enredos de visillo en tertulias televisivas, es preciso no dejarse arrastrar por la euforia ante la posibilidad histórica de que los partidos constitucionalistas den un vuelco electoral y puedan formar el primer Gobierno no nacionalista desde la reinstauración de la democracia.
El escenario que nos aguarda el día 21 no puede ser más desolador. A pesar de las manifestaciones constitucionalistas del 8 y el 29 de octubre, a pesar del declive de la hegemonía moral del nacionalismo, y de las encuestas, ninguna de las opciones que surjan de esas elecciones será buena.
Sobra decir que el peor escenario de los posibles es la formación de un Gobierno secesionista, con o sin la participación del partido de los comunes de Inmaculada Colau. ¿Pero la formación de un Gobierno constitucionalista, PSC, Cs, y PP, sería el fin del nacionalcatalanismo? En sus apariencias y formas, parecerá; en sus contenidos, consolidará el programa de exclusión cultural y lingüística e impondrá un federalismo asimétrico en lo económico, en lo judicial, en lo nacional y en lo judicial. No lo digo yo, lo pretende llevar a cabo Miquel Iceta.
De las 47 propuestas que Puigdemont propuso al presidente del Gobierno en abril del 16, sólo rechaza la que pretende acordar un referéndum de independencia. El resto, está dispuesto a llevarlas adelante para "cerrar las heridas abiertas por el proceso (…) un acuerdo para la confianza y la reconciliación". El chamán del entendimiento quiere heredar la obra de Pujol como pal de paller de Cataluña. De momento ya ha empezado a utilizar a Ramon Espadaler, de UDC, como caballo de Troya para rescatar al catalanismo del 3%. Ese catalanismo conservador, católico y moderado que ha vivido de las concesiones y coimas y no está dispuesto a aventuras patrióticas. ¡Viva la coherencia socialista!
Podrían suponer que el PP y Cs no lo aceptarían nunca. Apreciación errónea, el propio PP, por boca de su presidente, Mariano Rajoy, se mostró dispuesto a dialogar sobre 46 de los 47 puntos que le presentó Puigdemont el 10 de abril de 2016 en Moncloa. Menos la convocatoria de un referéndum acordado de independencia, todo es dialogable. Igual, exactamente igual que Miquel Iceta pretende ahora plantear al Ejecutivo de Rajoy.
Cs no sería tampoco un escollo. Para empezar, el Ejecutivo de Inés Arrimadas acepta el principio de ordinalidad, ya ha pedido revisar al alza la financiación de Cataluña y ha renunciado a combatir la inmersión. Por el roce llega el cariño.
¿Qué viene detrás de un pacto de tal naturaleza? Todos los privilegios y todas las exclusiones nacionalistas que nos han convertido en ciudadanos de segunda. En realidad, el mejor escenario de los posibles, el pacto constitucionalista, será la consolidación de todo contra lo que hemos luchado en los últimos 39 años.
¿Será posible? Será. ¿Por qué? Porque el PSC es eso, porque sin él no habrá pacto, ni aceptará otro, y porque PP y ahora también Cs lo tomarán como un mal necesario para sus aspiraciones de poder. Así son las cosas, y así se lo hemos contado.
¡Con qué facilidad nos conformamos los mortales! Sólo hace falta ponernos en lo peor para que cualquier otra opción menos gravosa la tomemos como un alivio. Damos por bueno el fracaso de la ruptura de España, y relegamos el coste de olvidarnos por qué nos opusimos a ella.
Aun así, votaré a los constitucionalistas. El mundo no tiene remedio, pero no todos son iguales.