La incertidumbre que existe sobre los resultados de las elecciones del próximo jueves no quita un ápice de importancia y trascendencia a las mismas. Sea cual sea el resultado, tendrá un efecto directo en el futuro no sólo Cataluña sino del resto de España. A cuarenta y ocho horas de las elecciones, hay una serie de incógnitas por resolver, y no todas podrán ser despejadas cuando se conozcan los resultados. A modo de guion, apunto seis, aunque seguro que hay bastantes más.
La primera es si, cuando se cuenten los votos y se asignen los escaños, no saldrá un Parlamento ingobernable. Si este fuera el caso, Cataluña se vería abocada a otras nuevas elecciones en el plazo aproximado de seis meses, algo que en principio no sería bueno para nadie, salvo quizás para los antisistema de la CUP, partidarios del cuanto peor mejor.
La segunda, de gran relevancia y significado político, es saber si, por primera vez desde la Transición, un partido nítidamente constitucionalista como Ciudadanos consigue ser la fuerza más votada en unas elecciones autonómicas catalanas. Si eso sucediera, y las encuestas dicen que es posible, el bofetón a los independentistas sería de órdago. A pesar de tener razón Albert Rivera cuando ha reconocido este lunes en el programa de Federico que, aunque ganara, Arrimadas tendrá muy difícil formar gobierno, ese triunfo tendría una gran trascendencia en clave nacional. Y si no que se lo pregunten a los dirigentes del PP
La tercera es saber si los partidos independentistas –ERC, Juntos por Cataluña y la CUP– consiguen revalidar su mayoría absoluta; y, en este supuesto, si serán capaces de llegar a un acuerdo y a quién pondrán al frente de la Generalidad. Porque si es ERC el más votado de los tres, es difícil pensar que los de Junqueras cedan el sillón al huido Puigdemont; entre otros motivos, porque si este volviera a España para someterse a la investidura, lo primero que haría, conducido por la Guardia Civil, sería comparecer ante el juez Llarena del Tribunal Supremo y muy probablemente salir del Alto Tribunal con destino a la cárcel de Estremera.
La cuarta, y esta sí que es para preocuparse, es saber si la llave para formar Gobierno la tienen los de Colau-Podemos; en este supuesto, parece evidente que nunca apoyarán a un bloque constitucionalista, en el que obligatoriamente tendrían que estar Ciudadanos y el PP, y más bien permitirían, por ejemplo con la abstención en la investidura, un Gobierno de independentistas.
La quinta es saber si la proclama de Miquel Iceta durante toda la campaña de que él es el mejor situado para ser el próximo presidente de la Generalidad tiene alguna viabilidad o no. Si la suma de ERC el PSC y los de Podemos diera para formar Gobierno, no hay ninguna duda que el líder de los socialistas catalanes lo intentaría. Al final, es ese Gobierno el que se diseñó en la famosa cena en casa Roures, y serviría como plataforma de lanzamiento a Pedro Sánchez para intentar desalojar al PP y a Rajoy del poder. El precio para ERC sería alto: hacer presidente a Iceta.
La sexta es saber lo qué va a pasar en el PP si los negros augurios de las encuestas se confirman en la noche del jueves. Lo más fácil pero también más injusto sería cobrarse la cabeza de García Albiol, cuando la responsabilidad del exalcalde de Badalona en el más que probable fiasco popular es infinitamente menor que la que tienen, por ejemplo, Soraya Sáenz de Santamaría, responsable de la fracasada operación Diálogo, y su jefe, Mariano Rajoy Brey, por la torpeza deliberada que cometió –para suavizar el tener que aplicar el 155– convocando tan pronto unas elecciones autonómicas que hubiesen requerido más margen de tiempo y más acción de la Justicia contra quienes perpetraron el golpe de Estado en Cataluña.