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Antonio Robles

Multado por ofender a Cristo, ¡por Diosss!

Si se trata de juzgar sentimientos, todos son legítimos. O no. Pero si no lo son todos, ¿cómo distinguir los que lo son de los que no lo son?

Un chico de 24 años fue condenado a pagar 480 euros por publicar en Instagram un montaje de la imagen de Jesús con su propia cara. La broma la defendió con lógica aplastante ante el juez: nadie sabe qué cara tenía Jesús. La Cofradía de la Amargura de Jaén lo había denunciado por ofender sus sentimientos religiosos.

¿Los sentimientos subjetivos de alguien deben ser protegidos por los tribunales de justicia? Los sentimientos son cualidades subjetivas que pertenecen al sujeto, a su manera de vivir y sentir la realidad, independientemente de cómo sea objetivamente ésta. ¿Cómo calibrar, cómo juzgar por un tribunal los sentimientos, no sólo religiosos, sino de cualquier otra índole?

Sí, sabemos cómo los cataloga el islamismo radical. El escritor Salman Rushdie fue condenado a muerte en 1989 por blasfemo como autor de la novela Los versos satánicos. Jomeini dio la orden para que fuera ejecutado por cualquier musulmán en cualquier lugar del mundo. Desde entonces vive oculto y protegido. Después hemos visto cómo se las han gastado contra el diario Jyllands-Posten o contra el dibujante sueco Kurt Westergaard, autor de la caricatura de Mahoma con un turbante bomba en 2005, o más recientemente contra la revista de humor Charlie Hebdo de París.

Desde entonces, nuestra progresía se cuida mucho de meterse con los excesos dogmáticos del islam (puede que no solo por esto), pero están prestos a justificar cualquier exceso contra la iglesia de casa, y a callar las persecuciones y muertes de cristianos en Oriente Medio. Hablo de ahora, en este instante, no del tiempo de las Cruzadas. Espero un Salvados de Jordi Évole que salve del silencio esa matanza diaria de miles de seres humanos por el mero hecho de ser cristianos en países con el sentimiento islámico a flor de piel. Aunque no sean cerdos hacinados en una granja para puercos enfermos, colada a la audiencia como modelo de la cría porcina en nuestro país.

Visto el alcance medieval de la sentencia de Jaén, comprobadas las salvajadas de esos tribunales islámicos, es preciso plantearse seriamente qué justifica que alguien sea condenado por herir los sentimientos religiosos de otro. ¿Han pensado los miembros de la Cofradía de la Amargura si su creencia en la concepción de la Virgen María por el Espíritu Santo no es una solemne tomadura de pelo para buena parte de la humanidad?, ¿o una provocación pretender hacernos creer que los sacerdotes practican el canibalismo en todos los oficios de misa al comer y beber el cuerpo y la sangre de Cristo? ¿No tienen derecho escépticos y ateos a sentirse ofendidos en su inteligencia por los creyentes?

Si se trata de juzgar sentimientos, todos son legítimos. O no. Pero si no lo son todos, ¿cómo distinguir los que lo son de los que no lo son? Los delitos de odio, los valores explícitamente prohibidos por la Constitución, como la apología del racismo, están catalogados jurídicamente. Pero los sentimientos estrictamente subjetivos, ¿dónde se amparan?, ¿qué alcance tienen?

En este laberinto, ¿podrían acudir a los tribunales los seguidores de Cuarto Milenio por ser caricaturizados por José Mota? ¿Podría una afición de fútbol querellarse contra otra porque ésta hirió los sentimientos de la primera al burlarse de su jugador más valioso?

En las sociedades libres, la tolerancia y la educación son los instrumentos para dirimir estas disfunciones. El respeto al otro es imprescindible, y encajar la mirada del otro sin aspavientos, una demostración de clase. Estos últimos días estamos viendo cómo se están censurando obras de arte por intromisión del fundamentalismo feminista. Dejemos para el debate público tales desavenencias y en paz a los tribunales, que bastante tienen con la escasa dotación de sus juzgados.

PS. En España hablamos mucho de democracia y de tolerancia, todos nos apropiamos de sus valores, pero, como en el 36, su ausencia es hiriente. Y generalizada. Sin distinción de ideologías.

En España

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