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Cristina Losada

Lavapiés, el tuit-disturbio

Los tuit-disturbios de Lavapiés deberían ser investigados. Porque no fueron un experimento, o esperemos que no lo hayan sido, sino unos incidentes que causaron graves daños.

Los tuit-disturbios de Lavapiés deberían ser investigados. Porque no fueron un experimento, o esperemos que no lo hayan sido, sino unos incidentes que causaron graves daños.
EFE

No existe la neutralidad periodística, ni la científica ni la académica, le oí decir el otro día al expresidente ecuatoriano Rafael Correa en conversación televisada con Pablo Iglesias Turrión, quien se apresuró a confirmar el aserto con entusiasmo. Ambos charlaban distendidos para las cámaras de Russia Today, un canal tan neutral como el recién reelegido Vladímir Putin. Que le pregunten a Macron, que algo ha dicho al respecto. Pero no era de la imparcialidad u objetividad periodística que venía a hablarles, sino de la científica. Sucede que el modo en que estallaron los incidentes de la otra noche en el barrio madrileño de Lavapiés ha confirmado las conclusiones de distintos estudios científicos sobre la transmisión de noticias y rumores en las redes sociales, muy en especial en Twitter.

El primero de los estudios que se han visto confirmados por el éxito de los tuits turbios de Lavapiés es el último de los publicados. Investigadores del MIT seleccionaron 126.000 hilos o cascadas de Twitter, desde la aparición de esa red social en 2006 hasta 2017. Querían examinar cómo se propagaban las noticias falsas y las verdaderas. Encontraron que las falsas se extendieron mucho más rápido y más ampliamente que las que eran verdad. Esto no les sorprendió tanto como los motivos de que fuera así: la mentira no triunfó porque fuera llevada en volandas por robots, sino por pura preferencia humana. Las emociones que provocaban las noticias falsas, como gran sorpresa y repulsa, resultaron más poderosas que las que despertaban las auténticas, como expectación, tristeza y alegría.

Los tuits de concejales de Ahora Madrid sobre la muerte del mantero senegalés relacionando ese fallecimiento con una persecución policial se ajustaron a la norma encontrada: era una noticia falsa, se propagó con más rapidez y amplitud que la verdad y suscitó un sentimiento de repulsa que alentaría los disturbios. Si los concejales y otros dirigentes de Podemos difundieron ese bulo a sabiendas de que era un bulo es otra cuestión. Importante, pero distinta. Es notorio que no esperaron a confirmar nada antes de soltarlo. Ahí entra en juego el sesgo ideológico.

No basta el bulo, sin embargo. Un bulo seco puede funcionar, pero funciona mucho mejor si está empapado en lenguaje moral y emocional. De acuerdo con una investigación publicada en la revista de la Academia Nacional de Ciencias de Estados Unidos (PNAS), en 2017, la presencia de "lenguaje moral-emocional en los mensajes políticos incrementa sustancialmente su difusión", sobre todo en el seno de un grupo ideológicamente afín. Hubo más tuits de este estilo, pero uno de la concejal Rommy Arce aquella noche es buen ejemplo:

El tercer asunto es la indignación. Su tremendo atractivo. Aquí tuvimos a los indignados para hacernos una idea básica. Pero, ciñéndonos a las redes sociales, un estudio de 2013 realizado por investigadores de la Universidad de Beihang concluyó que la emoción más influyente en las redes es la indignación. Casi puede decirse que el sentido de las redes sociales es procurarnos materia prima para el cabreo.

Vamos, pues, sumando: noticia falsa, lenguaje moral-emocional e indignación. Los elementos para una tormenta perfecta en las redes y, al tiempo, en la calle, como sucedió en Lavapiés. Falta sólo el anticlímax.

El anticlímax lo proporciona un estudio de 2017, según el cual la indignación moral, de la que tanto nos enorgullecemos, no es tan altruista como parece. Nos sirve para mitigar sentimientos de culpa y también, ¡oh!, para reafirmarnos en que somos muy buena gente. De modo que hay o puede haber un trasfondo egoísta en esa fácil entrega a la indignación moral. Añado por mi cuenta que un buen filtro para detectar la función autocomplaciente es el grado de exhibición. Detecta a quienes ante todo quieren exhibir su superioridad moral frente a los inferiores.

Los tuit-disturbios de Lavapiés deberían ser investigados. Porque no fueron un experimento, o esperemos que no lo hayan sido, sino unos incidentes que causaron graves daños. Daños materiales y daños a la convivencia. Cuando la verdad, muy poco a poco, muy despacito, se fue abriendo paso, los daños ya no tenían remedio. Claro que la verdad y lo veraz no son cosas que interesen a la gente de Podemos. La deformación de la realidad, su distorsión permanente, han sido el combustible para poner en marcha el resentimiento. Lo que mueve el motor del populismo es eso. No existe la neutralidad periodística, decían Correa e Iglesias en su charla. Los populistas se encargan de la mentira beligerante.

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