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Antonio Robles

La jauría de Huerta y la ciencia de Duque

Entre ruido y jaurías, nuestros políticos siguen enzarzados en sus cosas, no en las nuestras.

Entre ruido y jaurías, nuestros políticos siguen enzarzados en sus cosas, no en las nuestras. Una semana del nuevo Gobierno, y ya destituyen a un ministro y acosan a otro. Salir de ese torbellino empieza a ser una necesidad. Y, sin embargo, las jaurías no distinguen entre Rufianes y Duques. Tan especializadas están en repartir estopa, que les pasa por delante un ingeniero aeronáutico con una media académica de matrícula de honor, experiencia en investigación y desarrollo, héroe espacial para toda una generación, y estos plumillas de tres al cuarto lo despachan como si fuera un mindundi por carecer de experiencia en gestión política.

¡Ni puñetera falta que le hace! Si algo le sobra a Pedro Duque como nuevo ministro de Ciencia, Innovación y Universidades es experiencia política. Lo que necesitamos es un ministro de ciencia entusiasmado por el conocimiento, por la innovación y el desarrollo, con hambre de conectar el saber universitario y el desarrollo tecnológico con la industria y el mundo del empleo. Inventar el mundo, invertir, invertir y volver a invertir en conocimiento. Es la mejor fórmula que ha descubierto la humanidad desde la invención del fuego a la inteligencia artificial. Y de todo eso le sobra a este ingeniero enamorado de las estrellas.

Reparen en que la riqueza de las naciones no la dan los recursos naturales, sino la inversión eficaz en educación. Fijémonos en Japón, un país pequeño, superpoblado, sin recursos y, sin embargo, con una renta per cápita infinitamente superior a la de Venezuela, uno de los países con mayores recursos naturales. Perdón por la comparación.

Me impresionó en 2009 su grado de compromiso con la ciencia como director de la empresa Deimos Imaging, que desarrolló por entonces el satélite de observación de la Tierra Deimos I para teledetectar la agricultura de precisión, el control de incendios o plagas, optimizar abonos, etc., o su capacidad pedagógica para explicar el sistema europeo Galileo frente al GPS americano.

España necesita referentes científicos como Pedro Duque que sean héroes de las nuevas generaciones de estudiantes. Escucharle, seguir los primeros balbuceos que ha dado de sus objetivos al frente del ministerio es muy esperanzador: "Recuperar el talento que se ha ido" o "recuperar un acuerdo o pacto político de Estado para que, gobierne quien gobierne, la ciencia no esté sujeta a los vaivenes de los partidos" son retos que se plantea para volver a poner a nuestro país a la cabeza de las naciones más desarrolladas.

Su carrera espacial le convirtió en héroe de las nuevas generaciones, una esperanza para un país donde el conocimiento está tan poco representado en nuestros medios de comunicación. Héroe en el mejor de los sentidos, no en el que el recién destituido ministro de Cultura y Deportes, Màxim Huerta, utilizó en su presentación como ministro para congratularse con cuantos se sintieron ofendidos por sus tuits despectivos sobre el deporte: "Voy a amar el deporte y a apoyar a todos los deportistas porque son héroes y heroínas".

No se había enterado de nada. El deporte, la educación física no son los deportistas de élite, sino la impronta en la formación integral del ser humano, la capacidad de socializar a las nuevas generaciones en la paz, en la salud, en las relaciones sociales, y cuyos efectos son un antídoto contra lo más tóxico de la sociedad. Según la neurología actual, desde la infancia a las enseñanzas medias, el deporte profesional y las múltiples formas lúdicas y sanitarias del deporte son competencias imprescindibles para el desarrollo integral de nuestro cerebro, nuestra inteligencia y nuestras emociones. El deporte ayuda al cerebro del niño a sincronizar y secuenciar los movimientos, y las relaciones sinápticas entre neuronas resultantes son imprescindibles para aprender a secuenciar otros conocimientos. Como la lengua, la matemática, etc.

"Fallar no es una opción", nos ha dejado dicho el astronauta. Esa es la diferencia entre la jauría que critica Huerta (por cierto, a la que ha pertenecido) y el científico serio que sueña con las estrellas.

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