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Jesús Laínz

¡Ah, la República!

Ante la palabra 'república', el izquierdista se extasía, levita, alcanza orgasmos políticos ignotos por los pobres infieles.

Ante la palabra 'república', el izquierdista se extasía, levita, alcanza orgasmos políticos ignotos por los pobres infieles.
Pedro Sáncez y Miquel Iceta | EFE

¿Recuerda usted, cinéfilo lector, las sofoquinas que se agarraban las lapidadoras barbudas de La vida de Brian cuando a alguien se le ocurría pronunciar la blasfema palabra Jehová? Pues aunque nos parezca un chiste, la izquierda nos recuerda todos los días que es muy capaz de superarlo con una notable cantidad de palabras convertidas en tabúes no muy distintos del Jehová montypythonesco. Y con el agravante de que la lista de palabras prohibidas aumenta sin cesar al dictado de la Santa Iglesia de la Corrección Política. Le reto, igualitario lector, a que coja papel y lápiz y anote las palabras antaño normales y hoy convertidas en problemáticas que se le vayan ocurriendo. Se sorprenderá de la longitud de su lista.

Pero hoy le propongo hablar de la otra cara de la moneda: las palabras reverenciadas por la izquierda, ante cuya presencia cae postrada de hinojos y anula, aún más si cabe, su exigua capacidad de razonar. En concreto, centrémonos en una de particular importancia en nuestros días: República.

Porque, según establece el evangelio izquierdista, una república es una cosa tan inevitablemente democrática como inevitablemente fascista es una monarquía, incluidas –aguantémonos la risa– aquel criminal caos bolchevique llamado Segunda República y la presente monarquía constitucional española.

Por eso, ante la palabra república, el izquierdista se extasía, levita, alcanza orgasmos políticos ignotos por los pobres infieles. Ni siquiera sería capaz el izquierdista medio de definirla adecuadamente y de explicar sus ventajas frente a una monarquía, pero da igual: el evangelio dice lo que dice y quien se atreva a ponerlo en duda es un hereje fascista merecedor de hoguera.

Los separatistas catalanes, que no son tontos –desde luego, mucho menos que los izquierdistas españoles–, han tomado buena nota de ello, y ése es el motivo por el que repiten sin parar la palabrita, con el objetivo de ganarse aliados en la izquierda española. ¿No se ha fijado, republicanísimo lector, en que en eslóganes, gritos y carteles la palabra independencia ha ido desapareciendo paulatinamente para ceder el sitio de honor a república? No por casualidad. "¡La república no existe, idiota!" ha sido una de las frases del año.

El ejemplo más reciente y evidente es el del nombre de la coalición formada para las elecciones europeas de 2019 por los separatistas catalanes, vascos y gallegos de ERC, Bildu y BNG: Ahora Repúblicas. No la han bautizado Ahora Independencias, no. Ahora Repúblicas. Sabia maniobra semántica, porque no le quepa a nadie ninguna duda de que bastantes miles de izquierdistas descerebrados de toda España les van a votar, como hicieron en 1987 con Herri Batasuna, la del simpático lema "Lo que más les duele", que cosechó en aquellas elecciones europeas uno de cada tres votos fuera del País Vasco y Navarra. Aunque, al fin y al cabo, votando a Podemos conseguirían lo mismo.

Y, efectivamente, los izquierdistas españoles se han tragado el anzuelo hasta el fondo: ¡Tan malos no deben de ser estos separatistas y tan injustas no deben de ser sus reclamaciones! ¡Si lo que quieren es la república! ¡Lo mismo que nosotros!

Los izquierdistas españoles están tan ofuscados por sus dogmas, que hasta ha tenido que venir Pedro Sánchez a declarar hace un par de meses que había empezado a darse cuenta de que los independentistas catalanes se querrían independizar de España tanto si hay una monarquía como si hubiera una república. E incluso llegó nuestro preclaro presidente al extremo de recordar que, aunque ahora el separatismo catalán ataca al rey y a la monarquía parlamentaria, ya se quiso separar de España en la Segunda República. "Da igual la forma de Estado, da igual que sea monarquía o república, la cuestión es separarse de lo que consideran que no es su país, que es España", resumió Sánchez.

Pero abandone toda esperanza, esperanzado lector. Haber constatado esta evidencia no le impedirá a Sánchez destruir España junto con sus socios comunistas y separatistas si gana las elecciones del 28 de abril. Pues no le quepa ninguna duda de que varios millones de analfabetos políticos volverán a votar al PSOE, ese partido al que le repugna la nación que aspira a gobernar. El pueblo español no da más de sí.

Y si, por aritmética electoral, no lo consigue Sánchez ahora, otro socialista lo conseguirá en un futuro no lejano. ¿Imaginaciones catastrofistas de este calenturiento juntaletras? No, palabras recién salidas de la boca de Miquel Iceta:

Los independentistas deben renunciar a plantear el referéndum de independencia durante diez o quince años, hasta que haya un cambio de mentalidad en la opinión pública española que permita los cambios necesarios en la Constitución para admitir el derecho de autodeterminación (…) Si el 65% de los catalanes es favorable a la independencia, la democracia deberá encontrar un mecanismo para habilitarla.

Más claro no puede estar. Y esos diez o quince años no es una cantidad lanzada al azar, ya que el odio inoculado a los niños durante dos generaciones acabará llegando masivamente a las urnas en ese tiempo. Es matemáticamente inevitable. A lo que hay que sumar que el PSOE siempre contará con la colaboración del PP para seguir allanando el camino al separatismo.

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