… da igual, lo importante es que cace ratones". Lo dijo Deng Xiaoping, el pragmático dirigente chino, en 1962, antes de que la Revolución Cultural le convirtiera en un apestado, y se lo contó muchos años después, en 1985, investido con todo el poder como presidente de la Comisión Consultiva Central del Partido Comunista, a Felipe González, quien no dudó en hacer suyo tal aforismo. El pragmatismo y la razón de Estado, casi siempre confundida con la del partido o la del líder, han sido siempre las premisas del ejercicio del poder. Todos lo han aprendido y todos lo practican, haciendo del debate público un lugar confuso e incierto en el que cualquier cosa puede ser o no ser a conveniencia, incluso de manera simultánea, como si la dialéctica se volviera contra el raciocinio. En resumen, la cuestión es sacar tajada o, como escribió Lewis Carroll, "saber quién manda aquí".
En estos días calurosos y turbados, los líderes del empresariado catalán se han mostrado dignos discípulos de Deng Xiaoping. Por una parte, Joan Canadell, el flamante presidente de la Cámara de Comercio de Barcelona –llevado allí en las volandas de la Assemblea Nacional Catalana–, ha empezado a hacer patria –o sea, independencia– señalándole a una amable periodista que sólo se dirigiría a ella en catalán y negándole, de paso, la traducción al castellano –o sea, al idioma español–. Es más, valiéndose de la razón reglamentaria –que es lo mismo que la razón de Estado, pero en pequeñito–, indicó a la susodicha que puede usar aquella lengua –la de Joan Maragall, aunque no estoy seguro de que el citado ingeniero y gasolinero lo tenga entre sus referentes culturales– con exclusividad para trasladar comunicados y hacer declaraciones. Y todo para, al final, presentar un estudio según el cual se demuestra que el proceso independentista no ha afectado a la inversión extranjera –"productiva", matiza, sin que se sepa qué inversiones no lo son o son improductivas– en Cataluña. Canadell, que considera que, en su Cataluña, el Estat propi será un Estat ric, según reza el título de una de sus obras, puntualiza, además, que el aludido trabajo de la Cámara de Comercio de Barcelona "contrarresta las fake news" sobre el tema de la inversión extranjera en su región. Al parecer, todos mienten menos él. Tal es la razón patriótica que está dispuesto a proclamar mientras la economía catalana se muestra incapaz, cada día más, de sostener un crecimiento similar al promedio de la española.
Pero no es sólo el gasolinero. También el financiero Javier Faus, desde su recién estrenada presidencia del Círculo de Economía, ha discurrido por los entresijos del pragmatismo y la razón, en este caso, de empresa. En sus declaraciones dejó claro que es hostil a la "secesión unilateral" –eso sí, sin matizar si lo sería a una que no fuera tal– y también a una cosa que ha denominado "el statu quo" sin entrar en mayores matizaciones, más allá de afirmar rotundamente que "el statu quo no es la solución". Por dónde va no es fácil de colegir, pues en su discurso dijo –según él, "alto y claro", aunque esto último no sea más que un desiderátum, pues sus palabras son bastante opacas–: "Siempre seremos contrarios a rupturas unilaterales, pero reconociendo que el independentismo es un factor estructural de Cataluña y que, necesariamente, deberá estar presente y formar parte de la solución como interlocutor relevante". O sea, el huevo y la gallina; todo a la vez, el sí y el no, el yin y el yang, la dialéctica dada la vuelta, como si Friedrich Engels cabalgara en la cabeza del Círculo de Empresarios. Y todo por la pasta; no nos confundamos, pues, como dijo mi maestro el profesor Velarde en cierta ocasión, el capital no tiene patria. En el discurso del financiero Faus esto se vislumbra: dice que en Cataluña debe haber más autogobierno –o sea, más fondos estatales transferidos a la Generalitat para que los socios del Círculo de Empresarios hagan negocio con ellos–, que Barcelona debe conseguir la co-capitalidad de España junto a Madrid –o sea, más tela gestionada con los servicios y asesorías de los citados– o que las infraestructuras sean menos radiales –tal vez, digo yo, porque en el Círculo aspiran a un tren de cercanías de alta velocidad como el que se están construyendo los vascos, a costa del Estado o más bien de los españolitos de a pie, entre Bilbao, San Sebastián y Vitoria–, porque, en definitiva, de lo que se trata es de "repartir los beneficios de la centralidad". ¿Asombroso? ¿Un catalán repartiendo beneficios? ¡Claro, si son de la centralidad! Ahí lo dejo.