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Cristina Losada

Pero ¿qué victoria?

Por qué es una victoria que los restos de Franco pasen de un monumento que es Patrimonio Nacional a una cripta que es Patrimonio del Estado es una cosa incomprensible.

Por qué es una victoria que los restos de Franco pasen de un monumento que es Patrimonio Nacional a una cripta que es Patrimonio del Estado es una cosa incomprensible.
EFE

En alguna parte le he leído a un historiador que la exhumación de Franco significa que España ya ha madurado lo suficiente como para acabar, "sin demasiados aspavientos, con uno de los símbolos más visibles del legado franquista". Sobre lo de madurar, diré algo luego, pero de entrada pensemos en los aspavientos. Porque es justo al revés. En este asunto, todo, absolutamente todo, ha sido aspaviento. Aspavientos la movida de la exhumación y el histórico fraude de la memoria histórica. Aspaviento las celebraciones en la sede de Ferraz por la sentencia del Supremo. Aspaviento, las declaraciones de la portavoz Lastra, emocionada porque al fin, cuarenta y tantos años después de la muerte del dictador y al cabo de decenios de Gobiernos socialistas, se ha acabado la dictadura en España. Y aspaviento, el que para mí es el más significativo. La gesticulación de la victoria.

Lo dijo el presidente en funciones y lo repiten muchos concelebrantes: la exhumación es una victoria. "Es una gran victoria de la democracia española", dijo Sánchez. Pero ¿victoria sobre quién? ¿A quién se le ha ganado? ¿A Franco? A buenas horas. ¿A los nietos de Franco? Vale, hay una victoria judicial, pero cuando hablan de la victoria no se refieren al pleito. ¿A los Gobiernos del PSOE que no exhumaron a Franco? En fin. Pero lo esencial: una victoria supone un enemigo. Y ¿quién es el enemigo al que se ha derrotado? Digan los victoriosos quién es. Para los que nos formamos políticamente en el antifranquismo –para algunos, al menos– esto de la victoria en un contexto así nos suena, y nos suena fatal. Nos suena a guerracivilismo. Nos suena a celebrar la victoria sobre el enemigo y a mantener vivo el espíritu y la voluntad de aniquilar al otro bando. ¿Será el día de la exhumación, el Día de la Victoria, remedo de aquel otro?

Por qué es una victoria que los restos de Franco pasen de un monumento que es Patrimonio Nacional a una cripta que es Patrimonio del Estado es una cosa incomprensible. Si hubieran dinamitado el Valle de los Caídos como hicieron los talibanes con los Budas de Bamiyán, bueno, barbaridad aparte, podrían celebrarlo como hicieron aquellos fanáticos. Entonces, sí tendrían motivo para decir: "Hemos eliminado uno de los símbolos más visibles del legado franquista". Borrado de la faz de la Tierra el símbolo, borrado el Mal. Siempre dentro del pensamiento fanático, eso se entiende. Pero esto sólo se entiende como una fría instrumentalización política. Y no es que traten de reavivar viejos odios y viejos bandos, a todos los efectos, salvo en minorías, desaparecidos. Tratan de reinventarlos, reimplantando una raíz podrida.

España ya está madura, dicen. Hay quienes se consideren capaces de determinar la madurez de una nación. ¿Cómo la miden? No me lo digan. Sólo hay madurez cuando se hace lo que quieren los dispensadores de madurez. Y, de nuevo, es lo contrario. Si se puede hablar de la madurez de un país, aunque yo prefiriría no hacerlo, la principal muestra de madurez política en la España de nuestro tiempo se dio a la hora de hacer la transición de la dictadura a la democracia. La determinación por reconciliarse y la capacidad para plasmar esa voluntad fueron una gran demostración de madurez. En cambio, el empeño en destruir todo eso, que es el empeño de los que juegan con el guerracivilismo, es la mayor muestra de inmadurez que hemos visto en esta época. Primero con Zapatero, ahora con Sánchez. E Iglesias.

La madurez, dicen empujándonos al diván del psiquiatra, es afrontar el pasado. Pero eso ya se hizo en la Transición. Se hizo perfectamente. Para empezar, todo el mundo conocía el pasado al que no quería volver. Ahora, dicen que tenemos que afrontar el pasado gentes que no conocen el pasado. Personajes que gimen que la guerra civil se les ocultó. O que denuncian la amnesia de la transición. Vaya, se la ocultarían a ellos y será su amnesia. Que primero afronten su desconocimiento del pasado. Un país entero no tiene por qué ponerse al servicio de sus carencias y obsesiones. Ni de sus deseos de revancha, tan sobrevenidos como su antifranquismo. Ni puede aceptar que se apropien de las víctimas de la dictadura, que las pongan por delante, así, en bloque, cuando no todas se sienten ni sentirían representadas por quienes pretenden utilizarlas. Con fines espurios y con el peor de los medios: atizar el odio.

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