El equipo de Sánchez ha puesto en circulación el rumor de que, para conseguir la abstención de la Esquerra, el candidato socialista podría aceptar, como si tal cosa, someter la demanda separatista a un referéndum no vinculante en Cataluña. Yo, por supuesto, no doy crédito ninguno a este susurro originado en el borboteo de fuentes socialistas. Para empezar, porque es perfectamente increíble que un referéndum de esas características no sea vinculante. Naturalmente que se puede intentar hacer creer al público que no lo sería, y que se convoca sólo en plan encuesta, a ver qué opinan los votantes. Igual que cuando preguntan a los consumidores de refrescos si los prefieren con burbujas o sin burbujas. La diferencia es que si llamas a los electores a votar sobre un asunto político, el resultado nunca jamás se puede tratar –ni se trata– como el resultado de un sondeo. En las urnas no se hacen estudios de opinión. Ni pueden ni deben utilizarse para hacerlos.
No engañen las fuentes rumorosas. Es verdad que el referéndum no vinculante existe sobre el papel, pero, en el plano político, esa criatura sin atributos, esa consulta que una vez realizada puede meterse en un cajón y a otra cosa mariposa, no existe en absoluto. Cómo va a existir si al convocar a las urnas a los votantes lo que sale automáticamente es un mandato político. Un mandato que, en teoría, los poderes políticos pueden desoír, pero sólo en teoría. En la práctica, ningún Gobierno democrático, ninguno que no quiera inmolarse, va a ignorarlo. Ninguno va a refugiarse en el papel, en el texto legal, para decir que, puesto que el referéndum no tenía efectos jurídicos y era únicamente vinculante, allá películas. No podrá hacerlo, salvo que esté dispuesto a bregar con una crisis de magnitudes sísmicas.
Bien. Hay, no obstante, como en todo, una excepción. El resultado de un referéndum no vinculante sobre la independencia en Cataluña –sólo allí, que de eso va el rumor– sí que lo ignoraría cierto poder político. Lo ignorarían sin contemplaciones los separatistas en el poder si el resultado no les fuera favorable. Tendrían mil pretextos para desecharlo. Vamos, que se los inventarían. Es lo que hacen todos los separatistas y nacionalistas que piden y piden referéndums de independencia. Los reclaman diciendo que es la forma de solucionar el conflicto, de acabar con la crisis que ellos mismos han provocado, de poner punto final a la polarización, la división y la fractura –provocadas también por ellos–, y a ver si pica algún iluminado o le conviene a algún oportunista. Pero los separatistas sólo quieren un referéndum: el que sale como ellos quieren. Nunca reconocerán otro y siempre pedirán ese.
Por eso es increíble el rumor. También por eso. Hay que ser verdaderamente un zote, en términos políticos, para no darse cuenta de que un referéndum no vinculante nunca zanja el problema, nunca pone punto final a la presión separatista. Si ganan los separatistas, no hay carácter consultivo que valga. Al menos, si se trata de los separatistas catalanes, cuya falta de respeto por la legalidad ha quedado suficientemente clara. No les vayas con la música legal de que era consultivo y que ahora tiene que pronunciarse el conjunto del pueblo español. No querrán saber nada, especialmente nada de lo que diga el pueblo español. Pero si pierden los separatistas, lo que no vale es el referéndum. No les vale. Y pedirán otro. Y luego otro. Y lo harán fundándose en que ya se hizo el primero. Es el cuento de nunca acabar. Es el cuento del neverendum. Todo por la idiotez de empezarlo.
Qué absurdo rumor, ése que difunden fuentes socialistas. Es un rumor que deja al equipo presidencial al nivel no ya de los más irresponsables políticos que ha tenido la democracia española, sino de los más estultos. Más aún al tener en cuenta que un paso así, que concentra tanta necedad y tanto desconocimiento, se daría a cambio de una mera abstención de la Esquerra. No a cambio de un voto afirmativo, de un apoyo permanente e incondicional, de un compromiso eterno con el Gobierno progresista. Sólo por una abstención miserable. Amos, anda. No doy crédito.