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Agapito Maestre

Derrota y esplendor de España

Asumamos la derrota de la nación española como punto de partida para la creación de otro poder público más sólido y transparente, más liberal y democrático.

Asumamos la derrota de la nación española como punto de partida para la creación de otro poder público más sólido y transparente, más liberal y democrático.
David Alonso Rincón

El Frente Popular Separatista (coalición de socialistas y comunistas con los separatistas) nos ha entrenado en el último año para salir del mar de dudas en que nos había dejado el caminante-trotón de Pontevedra. La cosa ya está clara. Los males están al alcance de todos. Son profundos y a la par visibles. Pero, por favor, no los utilicemos para las jeremiadas. Exagérenlos, por favor, si es que eso les libera de sus pesadillas personales. Pero no olvidemos que esos males, sin duda alguna, pueden ser grandes ocasiones para salir de ellos más fortalecidos. La mayoría de los españoles seguimos siendo, a pesar de los más de seis millones que han votado a Sánchez, ciudadanos preparados para todo tipo de guerras civiles y, más tarde, de liberación. Pensemos, pues, antes en la liberación que en lamernos las heridas de nuestras batallas perdidas. Aceptemos con dignidad y elegancia la derrota. El escepticismo nunca es resignación, valga la insistencia, sino una forma de sabiduría.

Asumamos la derrota de la nación española como punto de partida para la creación de otro poder público más sólido y transparente, más liberal y democrático, en fin, más justo y fiable. España en ruinas vale más que cualquier cantón de los nuevos arévacos, se llamen catalanes o leoneses, vascos o aragoneses de Teruel… El Gobierno formado por socialistas y comunistas no es nada al lado de las ruinas de la nación española. Reconozcamos con todos los matices que se quieran que el Estado va por un lado y la nación, la sociedad, por otro. Reconozcamos que eso es la ruina total de una sociedad civilizada. Un Estado desnacionalizado es un Estado sin sangre. Sin vida. Reconozcamos, sí, que nuestro poder público, dirigido por alguien sin apenas legitimidad moral y política, está al margen de una sociedad, una nación, que se levanta todos los días para trabajar, crear y pagar impuestos a unos tipos que ocultan el principal bien de un país, la propia nación: España.

Sí, todo eso es una tragedia. Ver arrastrarse a un presidente del Gobierno de España ante alguien que desprecia a los españoles es, sin duda alguna, lamentable. Indigno. Se mire por donde se mire, es desesperante ver un Congreso de los Diputados lleno de incompetentes e impostores, empezando por la presidenta del Congreso, aplaudiendo al Rey a la par que alientan a los separatistas para que rompan la Jefatura del Estado. Todo eso es cierto. Pero una genuina política de la desesperación no le pone condiciones a la vida; al contrario, es preferible aceptarla como viene para enderezarla y ubicarla en su genuino destino. Mientras no se acepte la ruina de la vida política, la derrota de la nación española, seguiremos dando palos de ciego, o peor, negando la propia vida de la nación.

España, pues, tiene salida, porque los españoles siempre hemos estado preparados para la derrota. Solo los reaccionarios, quienes creen que la vida es inmutable y permanente, seguirán optando por lo que hay. Es el peor error en el que puede caer la Oposición. Creer que la cosa es cuestión de conseguir en las próximas elecciones unos cuántos votos más o menos, el pin parental y cosas por el estilo, es pactar la rendición con los arévacos, los socialistas y los comunistas. Si por ahí va toda la política de la Oposición, entonces digamos con Unamuno: "¡Dios, no puedes dejar que España desaparezca!".

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