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Agapito Maestre

¿Sirve de algo rezar?

Hace ya mucho tiempo que los políticos españoles, cuando vienen mal dadas, se parapetan en otra cosa que no es la política para eludir sus responsabilidades.

Hace ya mucho tiempo que los políticos españoles, cuando vienen mal dadas, se parapetan en otra cosa que no es la política para eludir sus responsabilidades. Matarían a sus seres más queridos por estar un día más en el poder. Esto los iguala a todos en maldad. Por eso, cada vez provocan más asco, rechazo y cansancio a la ciudadanía mejor preparada intelectual y moralmente. El ciudadano libre teme y con razón más que a un nublao a esta castuza. Y es que el poder nunca razona. Solo calcula. Bastaba ver tres minutos a Sánchez en su primera rueda de prensa sobre la crisis del coronavirus para saber que su intervención era impostada, falsa y calculada para engañarnos. Reiteraba hasta el cansancio que su única preocupación, desde hace mucho tiempo, ha sido informar a la población de la epidemia. Falso. Su único objetivo ha sido instrumentalizar a un pobre individuo, que dicen que forma parte de la "comunidad científica", para que nos dijera que todo estaba "bajo control".

Ha sido de risa, si la cosa no fuera trágica, el ridículo que ha hecho ese científico de cabecera de Sánchez. ¿A qué comunidad científica pertenece ese hombre al que se refería el poderoso de la Moncloa?, ¿pertenece a los científicos que controla el Gobierno directamente con infinitas prebendas y dádivas o es de los que se ponen a su servicio por un platillo de lentejas?, ¿quiénes son y cómo se eligen a los cabezas de fila de esa supuesta "comunidad científica"? La tragedia de España es que la llamada "comunidad científica" apenas se distingue del poder. Las universidades y los centros de investigación están absolutamente colonizados por el poder. Si no lo estuvieran, hace tiempo que ya nos habríamos enterado de que la ciencia es falible y contingente o no es ciencia.

Referirse a la comunidad científica, después de la Tercera Revolución Industrial, como si se tratase de un Absoluto es, sin duda alguna, una majadería. Si se levantase de su tumba Manuel Sacristán, viejo falangista y, más tarde, pasado a las filas del comunismo, y viese cómo se rinde pleitesía a unos modelos científicos, o mejor, de racionalidad instrumental, que hace tiempo hicieron crisis, se volvería a escape a su tumba. Nadie mejor que él en España, hace más de cuarenta años, nos puso al día sobre los peligros y carencias inmanentes que nos imponía la propia ciencia. No hace falta militar entre los críticos románticos de la ciencia para saber de sus límites, que hace décadas asumieron con inteligencia los mejores científicos del mundo.

Naturalmente, también las sociedades más desarrolladas asumieron con liberalidad que toda la ideología del progreso, montada sobre ese mundo científico-técnico, había perdido buena parte de su credibilidad. En fin, según vengo insistiendo desde hace décadas, la carencia de reconocimiento de los poderes científicos y técnicos es, por un lado, el primer indicio de la debilidad de todos los que se amparan, sean conservadores o socialistas, en la casi absoluta tecnificación de la política en nuestras sociedades industriales, y por otra parte nos alumbra sobre la necesidad de una verdadera politización de la ciencia en general, y de la técnica en particular.

Sí, es tarea prioritaria de la pedagogía democrática enseñar que el origen de los peligros de la civilización no solo procede de la imprevisible y caótica naturaleza, sino también de los riesgos no previstos del mundo científico-técnico. Sin embargo, la paradoja que acompaña la crisis de legitimación de la ciencia contemporánea, que en España fue señalada por Sacristán a finales de los años setenta, no solo no ha sido divulgada sino que se ha ocultado, porque el poder, los diferentes Gobiernos del PSOE y el PP, no ha tenido intención alguna de definir una genuina política científica, es decir, encarar, por un lado, los problemas que plantea la evaluación de las amenazas de la propia ciencia y, por otro, llevar a cabo un plan o diseño político de la propia ciencia dedicado a contrarrestar de modo civilizado todos sus propios defectos y vicios. Nada de esos problemas quiere saber este Gobierno, o mejor, lo poco o mucho que sabe sobre el asunto es un cálculo, un instrumento, para decir que existe una comunidad científica que le dicta la política. Mentira.

Todo lo que el Gobierno no ha hecho para detener la epidemia del coronavirus y, naturalmente, todas las medidas que tomará a partir de ahora son meros cálculos para mantenerse en el poder, pero nunca para enfrentarse o someterse a un discurso público capaz de definir los fines últimos de la sociedad española. Su política científica es solo un mero adorno. Ante la incompetencia epistemológica y la maldad moral que exhibe este Gobierno, creo, querido lector, que cualquier ciudadano de bien puede responder la pregunta: "¿Sirve de algo rezar?".

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