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Luis Herrero

Pliego de cargos

Cuando se disipe la niebla de la confusión y podamos mirar con sosiego el paisaje después de la batalla aparecerán los tremendos destrozos de Sánchez.

Cuando se disipe la niebla de la confusión y podamos mirar con sosiego el paisaje después de la batalla aparecerán los tremendos destrozos de Sánchez.
Pedro Sánchez durante una rueda de prensa | EFE

Lo más difícil de todo es elegir la peor torpeza del Gobierno durante la gestión de la crisis. El catálogo es tan extenso que la elección es ardua. Ya hay motivos suficientes para saber que cuando se disipe la niebla de la confusión y podamos mirar con sosiego el paisaje después de la batalla aparecerán a la vista destrozos tremendos. Reacción tardía, problemas de pardillez en el abastecimiento de los equipos de protección, falta de test, compras equivocadas de material defectuoso, improvisación administrativa, gobernanza unilateral, ineptitud informativa… El pliego de cargos es inagotable. Y sus consecuencias, demoledoras. España es el segundo país del mundo con mayor ratio de muertos por 100.000 habitantes y el primero en contagios entre el personal sanitario. No hay balance de gestión que sobreviva a esas dos piedras de molino colgadas al cuello.

El recuerdo de los cadáveres hacinados en las residencias de ancianos, de las morgues de campaña, de las UCIS improvisadas en los pasillos, de los responsos en algunos cementerios a razón de uno cada siete minutos , de las muertes en soledad, y de tantas otras calamidades equivalentes, formarán parte de la cámara de los horrores de toda nuestra generación. No todo ha sido culpa del Gobierno, desde luego, pero solo a un Gobierno estúpido se le ocurre decir, en vista del panorama, que "España está en la gama alta de éxito". Semejante afirmación, suscrita en El País por la ministra Teresa Ribera (que para más inri parecía formar parte del sector más razonable del gabinete) pone de manifiesto que el pecado capital de Sánchez y su cuadrilla ha sido —y sigue siendo— la soberbia. La virtud contrapuesta a la soberbia es la humildad. En términos políticos, la autocrítica. Nada ha brillado más por su ausencia.

El soberbio cree que todo lo hace bien y menosprecia el juicio de los demás. La falta de diálogo y el recurso permanente a los trágalas se ha convertido en la seña de identidad del sanchismo durante la gestión de la pandemia. Y lo peor de todo es que en esa política cargada de altivez y desprecio al criterio de los otros, los ciudadanos hemos sido —y seguimos siendo— sus rehenes. No se trata solo de que el presidenta deba invocar el estado de alarma, sino de que lo haga a su antojo, utilizándolo como coartada para colar medidas a discreción, vinculadas o no a la lucha contra el virus, que no han sido debatidas, ni siquiera someramente, con los partidos de la oposición o los sectores a los que afecta. Una de las frases más repetida en los últimos meses por políticos, empresarios, comerciantes o vecinos del común está siendo "nos acabamos de enterar por la prensa". No hay PCR mejor que ese para medir la infección despótica de un gobernante.

Sánchez se cree con derecho a hacer lo que quiera y cuando quiera, sin más trámite que el de convocar al Congreso cada quince días para darle a elegir entre la sumisión a su antojo o la desprotección sanitaria y económica del país. La alternativa a que la prolongación del estado de alarma no obtuviera el suficiente respaldo parlamentario sería el fin de las restricciones. Los ciudadanos podríamos salir a la calle a nuestro libre albedrío, la actividad comercial quedaría restablecida sin limitaciones de aforo, el tránsito entre ciudades estaría permitido, y el virus volvería a campar a sus anchas repartiendo millones de papeletas para la rifa fúnebre de sus contagios. Sánchez juega con esa ventaja a la hora de imponer su ley. Sabe que Casado no se atreverá a pasar a la historia como el político insensato que permitió que tal cosa sucediera. Y es probable que tenga razón. Quiero pensar que la tiene.

Es mejor soportar a un loco hasta que se den las circunstancias que permitan quitárselo de encima que convertirse en cómplice necesario del recrudecimiento de la pandemia. Pero eso no significa que el PP tenga que votar que sí al nuevo trágala de Sánchez la semana que viene. Aunque todos los grupos parlamentarios se pusieran de acuerdo en votar que no, la abstención del PP es más que suficiente para garantizar que PSOE y Podemos sacan la prórroga adelante. En vista del pliego de cargos que jalona la acción del Gobierno, yo animo a Casado a que permita que Sánchez se vaya cociendo a fuego lento en la salsa de su propia soledad.

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