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Miguel del Pino

Científicos agobiados y cabreados

La dignidad del doctor Bouza flota sobre un mar de basura política. No ha soportado que su prestigio se mezclara con el espectáculo mediático del Gobierno.

La dignidad del doctor Bouza flota sobre un mar de basura política. No ha soportado que su prestigio se mezclara con el espectáculo mediático del Gobierno.
El doctor Emilio Bouza en una imagen de archivo. | EFE

Hace un par de décadas funcionaba en Madrid una llamada Asociación de ciudadanos agobiados y cabreados que hasta tenía un local con vistas a la calle junto a la Plaza de Antón Martín; en su balcón lucían con orgullo su nombre y su logotipo.

Cuando algún periodista curioso les preguntaba por el origen de su enfado no manifestaban nada concreto: las ventanillas pesadas, la burocracia interminable, las limitaciones a la libertad, un poco acratoide que ellos reivindicaban, es decir, entre la indignación real, el fastidio y el humor negro eran sus poco concretas reivindicaciones.

Esta vez es mucho más serio porque quienes manifiestan su hartazgo con la insostenible situación que nos plantea la pandemia de la covid son la flor y nata de los científicos españoles que en las últimas jornadas vienen reivindicando una obviedad: la independencia respecto a los políticos y la obligación por parte de éstos de basar sus actuaciones en bases científicas, no políticas ni mucho menos partidistas.

Una pérdida tan justificada como demoledora

La dimisión del Doctor Emilio Bouza, producida a las 48 horas de su nombramiento como científico mediador entre la Comunidad de Madrid y el Gobierno de España, ha constituido una demostración de la dignidad y la categoría de tan prestigioso microbiólogo que no ha podido soportar que su prestigio se mezclara con la basura mediática representada por la contraprogramación de la conferencia de prensa autonómica por parte de la del ministro Illa.

Perdemos la posibilidad de avanzar por una senda esperanzadora representada por la incorporación de Emilio Bouza a la lucha contra la pandemia, pero su dignidad flota sobre un mar de basura política y que se salve quien pueda.

El desahogo de un ministro fracasado

A estas alturas resulta increíble que el ministro Illa vuelva a manifestar su agresividad contra la Comunidad de Madrid, claramente injusta en relación con su tratamiento a otras Comunidades, después de que en los estertores de la primera ola de la epidemia retrasara todo lo posible el avance de fase de los madrileños basándose en los supuestos informes de un comité de expertos que finalmente tuvo que reconocer que no existía.

Comprobada tal politización de unas decisiones que podían suponer para muchos profesionales, empresarios y autónomos de Madrid se echa en falta la inmediata reprobación del ministro por parte de los políticos de la misma. El ministro Illa carece de toda credibilidad por su actuación durante la primera ola de la pandemia.

No se trata de defender a capa y espada la gestión del Gobierno de la Señora Ayuso, sin duda manifiestamente mejorable, sobre todo en lo referente a las frecuencias de los medios de transporte en la conexión de las zonas más afectadas con otros barrios, pero ello no quiere decir que Madrid no esté siendo discriminada en relación cono tras Comunidades por parte de un ministro moral y técnicamente descalificable en relación con su actuación frente, y digo frente, en sentido de enemistad con Madrid,

Madrid y sus especiales dificultades

No deberíamos olvidar el rechazo por parte del Gobierno de España a las medidas de protección del aeropuerto de Barajas que tan insistentemente reclamaban las autoridades autonómicas madrileñas; hubo prácticamente entrada libre durante todo el verano para los viajeros de paso, de manera que hubiera supuesto un milagro que no aumentaran los contagios con el consiguiente adelanto de la presunta segunda ola de la que entonces se hablaba.

Venimos hablando de la necesidad de que las opiniones de los expertos se impongan definitivamente sobre la de los políticos y conviene aclarar que entre dichos expertos no sólo deben figurar los médicos y epidemiólogos, sino también los economistas y los sociólogos de verdadera cualificación; pero la Medicina y en concreto la Microbiología y la Epidemiología no pueden faltar en las Comisiones en las que necesariamente tienen que apoyar los gobernantes sus decisiones.

Y volviendo a la dimisión de Emilio Bouza, el microbiólogo prestigioso y el hombre intachable que sirva de ejemplo, aunque haya tenido el alto coste de tener que prescindir, esperemos que sea sólo por el momento, de lo que habría sido su valiosísima orientación.

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