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Daniel Rodríguez Herrera

Trump ha perdido, pero que no nos den lecciones

Los demócratas han jugado más sucio de lo que Trump podría soñar aunque lo pusieran de presidente vitalicio.

Los demócratas han jugado más sucio de lo que Trump podría soñar aunque lo pusieran de presidente vitalicio.
Cordon Press

El espectáculo que está dando Donald Trump tras perder las elecciones es bastante lamentable. Perderlas, sí, porque, por mucho que sus seguidores se empeñen, y por mucho que el fraude electoral exista y sea casi tradición en algunos de los estados que muchos creen que siguen en disputa, la distancia entre ambos es demasiado grande como para que los pocos votos que pueda arañar en los tribunales le permitan dar la vuelta a los resultados.

Sí, es cierto que hay indicios de que ha habido algo de fraude. Los demócratas no sólo son adictos a las trampas en las elecciones, sino que se resisten como gato panza arriba a cualquier cambio legislativo que permita reducirlas, desde forzar una limpieza de los registros de votantes al uso de un carnet oficial con fotografía para poder echar la papeleta. Pero el fraude hecho así a mano es difícil de escalar: casos concretos hay muchos e incluso hay algún proceso penal en marcha ya, pero con los votos de muertos y de personas que se han mudado a otros estados sólo puedes dar la vuelta a elecciones que se deciden por un puñado de votos en un solo estado, y este no es el caso. Sólo en Pensilvania han hecho tantas trampas a tan alto nivel que podría pensarse en una anulación total o parcial del proceso. Pero, para ganar, a Trump le hace falta más.

Sí, es probable que estas elecciones se hayan decantado porque los estados gobernados por demócratas han enviado sobres para votar por correo a todos los electores registrados, lo hayan solicitado o no, tengan derecho a votar o no. Pero enviar esos sobres es legal allí donde lo han hecho. La única forma de cambiar suficientes votos como para dar la vuelta a estas elecciones residiría en la parte electrónica del recuento, las máquinas y su software. Es por eso por lo que los informáticos que nos hemos preocupado un poco del tema no queremos que los ordenadores desempeñen ningún papel en los procesos electorales. En España dan el recuento provisional la noche electoral, pero los votos se emiten en papel, son contados por personas y el recuento oficial se hace con papel y boli y muchos observadores de varios partidos. En muchos condados norteamericanos se vota con máquinas electrónicas y eso hace imposible fiarse de los resultados. Pero Trump no tiene absolutamente ninguna prueba de que se haya perpetrado un fraude electoral masivo con ellas. De hecho, la denuncia de sus abogados sólo aporta sospechas estadísticas y tiene errores tan infantiles como asignar a Michigan condados de Minnesota. Si ni siquiera los tribunales dieron la vuelta a las elecciones al Senado que ganó Al Franken por una decena de votos, no esperen que lo hagan ahora. Trump no tiene ningún as bajo la manga ni está jugando al ajedrez en cuatro dimensiones.

Biden será, por tanto, presidente el 20 de enero del año que viene. Pero, por favor, que los demócratas y sus apoyos mediáticos, que son casi todos en Estados Unidos y aún más en España, nos ahorren sus sermones sobre el papelón de Trump, sobre si es un conspiranoico o que no sabe perder. Porque los demócratas y sus medios, valga la redundancia, llevan cuatro miserables años diciendo que las elecciones de 2016 no fueron legítimas, que si Trump ganó gracias a Rusia, que si ganó gracias a granjas de contenidos en Macedonia, que si la abuela fuma. Cuatro años de teorías conspiranoicas más falsas que Judas a las que jamás han puesto un pero. Al contrario, las han alentado de tal manera que cualquier persona en España que sólo se informe por la tele y algún periódico de papel de vez en cuando estará convencida de que son ciertas y que además han sido probadas.

Por su parte, Biden participó en las reuniones posteriores a aquellos comicios en los que se decidió poner todas las trampas posibles a la presidencia de Trump, investigar su campaña en secreto, abrirle un proceso legal bajo falsos pretextos al general Flynn para evitar que dirigiese los servicios de inteligencia, para los que tenía un ambicioso plan de reforma, etcétera. La cesión de poderes de Obama a Trump, como los ocho años de su presidencia, fue modélica de cara a la galería, pero más cercana a la sedición que a la normalidad democrática. Aunque Trump no le diera acceso ni a un papel hasta el 20 de enero, ya habría cumplido mejor con su papel institucional que el Gobierno del que Biden fue vicepresidente. Así que no vengan con lloros ni desmayos en el sofá al grito indignado de pero cómo puede hacer eso. Me duele ver a un presidente republicano, es decir, de los míos, comportándose así. Pero los demócratas han jugado más sucio de lo que Trump podría soñar aunque lo pusieran de presidente vitalicio, y han proclamado como indudablemente ciertas fantasías mucho mayores que las de haber perdido por fraude. Al menos, ahórrennos la impostura.

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