Sostiene el vicepresidente tercero Iglesias que este año el tema de conversación en las cenas de Navidad de todas las familias españolas versará sobre las ventajas e hipotéticos inconvenientes de la república como forma de Estado. Y es que, hasta ahora, lo normal en esos encuentros familiares era debatir en torno a un pavo asado y una bandeja de turrones sobre el carácter científico o no de la teoría del valor trabajo que Karl Marx incorporó a su propio corpus teórico tras modificar ciertos aspectos de la versión que de ella postulaba David Ricardo. Es sabido, a la cena de Navidad se va para esas cosas. Podemos, una pequeña fuerza menguante que apenas alcanza ahora mismo un 10 por ciento de la intención del voto popular en todas las catas demoscópicas, se ha propuesto, y con manifiesto éxito propagandístico, implantar la percepción de que cualquier salida al problema de Estado generado por la conducta privada del Emérito pasa por poner en cuestión la legitimidad de la propia Monarquía. Una actitud demagógicamente maximalista que, de facto, contribuye a reforzar la posición de Juan Carlos, en la medida en que solo dejaría abierta la puerta del caos constituyente como única alternativa a la insostenible situación actual del anterior Jefe del Estado.
Pero Podemos es la anécdota, no la categoría. Porque si Podemos no existiera, cuando nos despertásemos, la sombra del Emérito seguiría ahí, igual que en el cuento célebre de Monterroso. Mandarlo a un exilio inconfesable y vergonzante fue un error. Un anciano desterrado y despechado, Juan Carlos es ambas cosas, no deja de encarnar una muy incontrolada bomba de relojería andante. Pero permitirle retornar a España con el compromiso por su parte de sucumbir de grado al ostracismo público e institucional, incluidas todas las actividades sociales de carácter protocolario, hasta el resto de sus días, enterrarlo en vida, también se antoja una solución descabellada. No se puede tener a un rey, y Juan Carlos nunca ha dejado de serlo, escondido en la garita del conserje, al modo de la penitencia voluntaria que se impuso Jordi Pujol en su día. No, la única solución quirúrgica capaz de evitar que la gangrena se extienda pasa por excluirlo de modo formal, solemne, perentorio y definitivo de la Familia Real. No hay otra.