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Marcel Gascón Barberá

La oportunidad de las catalanas

Han ido demasiado lejos, han sido demasiado burdos en sus trampas y hay demasiados millones de españoles afectados por sus oportunismos, arrogancias e incompetencias.

Han ido demasiado lejos, han sido demasiado burdos en sus trampas y hay demasiados millones de españoles afectados por sus oportunismos, arrogancias e incompetencias.
EFE

Con la salida de Illa del ministerio, acabamos de asistir a la primera renuncia de un gobernante implicado en la gestión de la pandemia. Contra lo que cabría esperar atendiendo a las desastrosas cifras de muertos de España, Illa no se ha ido pidiendo perdón. Ni siquiera comprensión.

Ha dejado Sanidad sacando pecho en una ceremonia de autobombo en el ministerio en la que Sánchez parecía ejercer la figura de poli bueno reservada a las antítesis de Risto Mejide en los concursos de la tele con jurado. Con la voz ahuecada de cuando quiere parecer bueno, Sánchez le dijo al obediente concursante:

Yo creo que durante estos meses el trabajo que tú has venido desarrollando ha demostrado muchas cosas. Creo que tienes virtudes de liderazgo público muy basadas en la humildad, en la capacidad de trabajo y la determinación, y en contar también con una visión de qué es lo que se necesita en el sistema nacional de salud.

La ministra Darias, Illa y otra mujer que no conozco escuchaban sumisamente al presidente con las manos entrelazadas a la altura de sus partes íntimas.

Diez meses después de aquel 8 de marzo que marcó el tono de la gestión del covid más errática de Occidente, sólo el tablero inclinado que denunció Cayetana explica que ni un solo responsable se haya visto obligado a irse a su casa. ¿Cómo será esa inclinación para que, pese a todas las mentiras, ocultaciones y cambios arbitrarios de criterio que a menudo buscaban perjudicar a Madrid, el Gobierno haya salido indemne?

Da escalofríos imaginar la intensidad del estallido social si la manifestación del 8 de marzo de 2020 hubiera sido convocada contra el aborto por Jaime Mayor Oreja en Interior y Ángel Acebes en Justicia.

Es imposible pensar que un Fernando Simón del PP, o incluso el mismo Fernando Simón con el PP, siguiera en su puesto tras haberse ido a hacer surf en plena pandemia. Como es inimaginable, por dar otro ejemplo, que una pija de derechas conservara el cargo si se hubiera escapado del confinamiento para irse en avión a su casoplón como hizo la aún ministra Celáa.

Pero no vale la pena quejarse. Esto es lo que nos ha tocado, con estos bueyes hay que arar y es posible, después de todo, que la procesión vaya por dentro y los españoles den una patada electoral en el culo a estos pornógrafos sentimentales de la política que se aplauden por trabajar mucho y jamás se hacen responsables de sus acciones.

La primera oportunidad la tendrán los catalanes el 14 de febrero. Más que medir el apoyo a la independencia o al constitucionalismo, a la izquierda o a la derecha, las catalanas de dentro de dos semanas servirán para calibrar el diámetro de las tragaderas de los habitantes con derecho a voto de aquel atrabiliario rincón de España.

Más que nada después de su escandalosa transición de ministro a candidato, Illa representa como nadie (a excepción de Sánchez) la burla a los españoles de este Gobierno. Es fútil hacer pronósticos, pero estoy convencido, y ojalá no me equivoque, que su capacidad de estigmatización y propaganda no les bastará para compensar lo grotesco de sus muchas afrentas.

Han ido demasiado lejos, han sido demasiado burdos en sus trampas y hay demasiados millones de españoles afectados por sus oportunismos, arrogancias e incompetencias. Las familias de los muertos, los parados, los trabajadores sanitarios desprotegidos y los empresarios acosados por la inseguridad jurídica. Quienes tienen la casa okupada, las víctimas de ETA y los herederos de la media España que no merece memoria histórica. Los que sufren la intimidación de los menas, o la avalancha de inmigración en Canarias.

Si en España queda algo de sentido, la apuesta no puede salirles bien.

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