Si hispanización es sinónimo de civilización, entonces deshispanización es síntoma de barbarie. Perdón por mi visión estrecha de una historia compleja, pero la prefiero a quienes mantienen que las tribus de la América prehispana son la alternativa a la civilización occidental. Es absurdo someterse a la prueba de la elección entre, por ejemplo, Nueva España, el Méjico actual, y lo anterior, lo que había antes de la llegada de los españoles… Sí, nada es Méjico sin España. El pasado, el presente y, sobre todo, el futuro de Méjico están vinculados a España. La hispanización, como dijera Alfonso Reyes, el más grande escritor del siglo XX de ese país, fue fecunda. Nueva España estará siempre unida a México. Decir otra cosa es añadir más miseria a un nacionalismo tan miserable como criminal contra la propia cultura mejicana.
Culpabilizar de los males de Méjico a España, como hace López Obrador, el presidente de la República, es comportarse como un truhán contra sus antepasados, pues que al final no hace otra cosa que cargar contra la creación de un nuevo espíritu, de una nueva literatura, en fin, de una nueva historia, llamada hispanización, que "no ahogó", por decirlo otra vez con Alfonso Reyes, "la índole nacional; no estorbó la precoz manifestación de la idiosincrasia mexicana en la nueva lengua". El nacionalismo mejicano, en todas sus vertientes y grados, no ha hecho otra cosa en su larga historia de crímenes que tratar de ocultar Nueva España hasta borrarla de los libros de historia. Por fortuna, no lo han conseguido, porque la gran literatura del siglo XX mejicano se ha opuesto: Vasconcelos, Reyes y Paz valen más que todo el nacionalismo mejicano.
Sin embargo, la tragedia continúa, porque los truhanes del tipo AMLO han inoculado un virus terrible en los mejicanos de a pie: la entera criminalización del proceso de la hispanización y, por supuesto, de tres siglos de la historia más feliz de este país. Independencia y revolución sólo trajeron desgracias. Con la independencia se perdió la mitad del país y con la revolución se institucionalizó el crimen. ¡Qué cosa dichosa tienen que celebrar los mejicanos con el rollo de su revolución! Fue, sin duda alguna, la más sangrienta de la historia del siglo XX. Fue, además, el modelo de la revolución soviética. Sí, sí, la revolución mejicana fue anterior en términos cronológicos a la soviética. Su ejemplo criminal fue copiado ampliamente en Rusia y, más tarde, en la España del 31 y el 36. Crímenes, crímenes y más crímenes trajeron esas revoluciones, y el crimen sigue siendo el factor determinante de la historia actual del Méjico.
¿Acaso es este pasado sangriento de México referencia para aquí y ahora? ¿Entonces dónde pueden los ciudadanos mejicanos llenarse de energías emancipatorias para su mundo presente? ¿Acaso la prehistoria bárbara de los aztecas da para algo más que un placebo, una falsa droga, para un pueblo que se muere de incultura por habérsele negado su historia? ¿Hay alguna otra época de la historia de Méjico más civilizada y emancipatoria que la de Nueva España? Miedo provocan esas preguntas, sobre todo si previamente no reconocemos lo obvio: mientras Hernán Cortés, un genio político y militar más grande que Alejandro Magno, no figure en el santoral laico de México, este país no tiene solución.
Si los grandes gobernantes, dicho por hegelianas, tienen como misión principal de sus destinos traducir, convertir e impulsar las fuerzas de la Historia en potencias de los individuos, entonces tipos como López Obrador, y muchos otros presidentes que le precedieron, no cumplieron con su deber. Porque fueron infieles a su destino, eliminaron la fuerza principal de la Historia que podría liberar a los mejicanos de su pasado sangriento, deben ser execrados. Maldecidos.