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Zoé Valdés

¿Z como quién…?

Ya lo profetizó Alain Finkielkraut: "El siglo XXI será el siglo del racismo y del social-comunismo".

Ya lo profetizó Alain Finkielkraut: "El siglo XXI será el siglo del racismo y del social-comunismo".
Éric Zemmour, en su primer acto de campaña. | EFE/EPA/Christophe Petit Tesson

Hace unos días dos candidatos a las presidenciales francesas del próximo año se estrenaron con sus iniciales mítines de campaña frente a la masa de electores. Uno de ellos, Jean-Luc Mélenchon, lleva décadas liderando a los comunistas desde varios partidos camuflados bajo cualquier mascarada con la intención de engañar al populacho, al que por otra parte le encanta ser engañado; y el otro, un hombre de letras, un ensayista prominente, un pensador polémico (como ¿suelen o solían? ser todos los pensadores), llamado Éric Zemmour. Neófito como candidato, pero no como polemista político.

En los medios de comunicación al primero lo presentaron y continúan presentándolo como a un demócrata, titulado exclusivamente por su sonoro y característico nombre, además de ensalzar sus actos (de corrupción, su pareja cobra 150.000 euros al año por subirle vídeos a su página de YouTube), interpretados por los medios como hazañas –todas populistas a matarse, pero para ellos hazañas, al fin y al cabo–. Al segundo, como no podía ser de otro modo, no le pueden apartar el epíteto –cada vez menos ultrajante, visto lo visto– de "ultraderechista" de su nombre y apellidos, o sea, "el ultraderechista Éric Zemmour" patatí y patatá… A quien también, cómo no, tachan de racista.

No olvidaré nunca que el filósofo francés Alain Finkielkraut lo profetizó en el siglo pasado: "El siglo XXI será el siglo del racismo y del social-comunismo". Pues va siéndolo, y muy pronto; más temprano de lo que pensábamos.

El hecho es que mientras el comunista Jean-Luc Mélénchon, quien declaró abiertamente en las elecciones pasadas que ansiaba convertirse en el Hugo Chávez de Francia, presentaba tranquilamente su programa con un discurso pervertido de disparates y megalomanías, aunque beau discours como sólo saben hacerlo los oradores orates, recuerden a Fidel Castro; Éric Zemmour no hizo más que entrar en la multitud de sus seguidores y futuros votantes, y fue violentamente agredido por un infiltrado, a tal extremo que le rompieron la muñeca de una mano. Durante su discurso, sereno y preciso, varios militantes de la ultraizquierda se quitaron los abrigos y mostraron camisetas donde insultaban al candidato llamándole racista. El enfrentamiento entonces no tardó, se produjo entre ambos bandos, al parecer la prensa en el sitio cogió lo suyo. Ya saben que hoy a la prensa de la generación de porcelana no la pueden ni tocar con una pluma de ganso, las protestas no se hicieron esperar.

Éric Zemmour no se puede ni mencionar ni en los centros espirituales y espiritistas (aunque Allan Kardec, dicen, lo protege) de Francia. Su nombre lo han ultrajado con apelativos y sinónimos de odio, de fascista y de todo lo humalo y satánico. Exactamente lo mismo que sucedió con Donald Trump frente a Joe Biden. Aun si Zemmour tuvo la delicadeza de presentarse meramente como lo que es: judío de origen argelino, pied noir, y todo lo que en otros tiempos fuera pedigrí de antirracista. Pero así van las cosas en este fanatizado mundo.

Si Jean-Luc Mélenchon anhela el desastre vigueta para Francia, al igual que la mayoría de los social-comunistas del socialismo del siglo XXI para sus países, Éric Zemmour anhela un regreso a una auténtica reconquista de Francia y de sus valores, y subrayó de todos los valores, y no sólo de los principales. Es la razón por la que decidió denominar su partido con el nombre de Reconquête (Reconquista), que es a lo que él califica como reconquista de Francia y su éxito planetario. Quién sabe si también podríamos interpretarlo como un guiño a España, y su especificidad excepcional como país dentro de Europa, pero sobre todo como nación inmersa en el mundo, y no reducida a un mero continente sovietizado.

No soy fan de Zemmour, ni de ninguno de los candidatos hasta hoy nombrados. Pero no me cabe la menor duda, viniendo de donde vengo, con mi trayecto recorrido, que entre Mélenchon y "Z", eh ben, il n’y a pas de photo.

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