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Luis Herrero Goldáraz

No permitas que la realidad te estropee un buen libro de texto

Se rebelan contra aquello que sugiera que de verdad existe una verdad, y que no suele coincidir con sus quimeras.

Se rebelan contra aquello que sugiera que de verdad existe una verdad, y que no suele coincidir con sus quimeras.
EFE

Ya que lo del sistema educativo es un problema endémico, una de esas cosas "necesarias" pero inevitablemente insatisfactorias –como la muerte, o el parón de selecciones–, sería bueno dejarse de catastrofismos y analizar la situación desde otro prisma. En vez de lamentarnos de esta forma tan repetitiva, tan burocrática, como de aficionado del Atleti antes incluso de perder en Champions, quizá lo que debamos hacer cada vez que un nuevo Gobierno saca una nueva ley para convertir a los alumnos en analfabetos sea preguntarnos cosas. ¿A qué responde? ¿Existe un plan? ¿Pretenden acaso ahorrarse el trabajo de tomarnos por tontos convirtiéndonos en tontos directamente? Son cosas que hay que plantearse, sin duda alguna, porque la respuesta suele ser mucho más simple.

Partiendo de la base de que, como escribía Rafa Latorre, los políticos no miran a largo plazo ni para hacer maldades; y teniendo en cuenta que nada de lo que podamos sacar de este proyecto tan genéricamente abstracto nos servirá de nada nunca, lo único que nos queda es constatar qué mueve exactamente la tramoya. Y he dicho qué y no quién a propósito, así que se hacen una idea de por dónde van los tiros. Si la reforma educativa nos ofrece algo medianamente digno por lo que perder el tiempo, es una oportunidad. La oportunidad de deconstruir a los deconstruccionistas, hablando en su lenguaje. De desentrañar qué extraños traumas colectivos, qué intangibles cosmovisiones planetarias les han llevado durante décadas a parchear la educación con el marchamo de sus limitadas convicciones ideológicas.

A diferencia de lo que opina la mayoría, no hay maldad en todo esto. Es más bien una limitación. Dice el dicho que tonto es el que hace tonterías y que ignorante es quien ignora su ignorancia. Pon a un tonto ignorante a cargo de cualquier empresa y verás millones de desenlaces posibles, pero nunca uno que responda a algún plan medianamente comprensible. Decía también Latorre que, para ellos, su proyecto es bondadoso, pues la mezcla entre lo liviano de sus conocimientos y lo macizo de sus convicciones morales es lo que les ha hecho prosperar. Quieren para los niños lo mismo que tuvieron ellos: un mundo simple en el que sea sencillo avanzar sin mirar hacia los lados.

Lo único que falta, por tanto, es desentrañar las cuatro normas que fundamentan ese universo de ensueño suyo. Reconocer la amalgama de valores, verdades y leyes no escritas que condiciona sus decisiones sin que se den cuenta. Y para hacerlo, hay que reconocerlo, el diseño de los nuevos currículos educativos es perfecto. Podríamos recorrer sin tropezar el hilo que conecta el "sentido socioafectivo de las matemáticas" con la ausencia de un orden cronológico en la asignatura de Historia. Y descubrir cosas. Por ejemplo, que su visión relativista de la vida está peleada con los números. Tiene sentido, en realidad, teniendo en cuenta que nada hay más tajante que un relativista cuando carga contra las verdades contrastables. Todo responde a un movimiento defensivo. Un acto reflejo involuntario que les hace rebelarse contra aquello que sugiera que de verdad existe una verdad, y que no suele coincidir con sus quimeras. Por eso enseñan Historia primando la moral sobre los hechos, u obligan a la Filosofía a amoldarse al sistema de valores desde el que la imparten. En algún momento de su camino hacia la edad adulta debieron de descubrir que caerse del caballo duele, así que han dedicado sus esfuerzos en impedir que nadie más sufra ese daño. Su único mandamiento desde entonces es sencillo: "No permitas que la realidad te estropee un buen libro de texto". Y la cosa les ha debido de ir tan bien que no parece que estén dispuestos a cambiarlo.

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