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Cristina Losada

De vuelta al "OTAN no, bases fuera"

Tener a medio Gobierno de un miembro de la Alianza en contra de la misma ni es frecuente ni tranquiliza.

Tener a medio Gobierno de un miembro de la Alianza en contra de la misma ni es frecuente ni tranquiliza.
La ministra comunista Irene Montero. | EFE

El Ministerio podemita hizo novillos y no se presentó en el solemne acto del 40 aniversario de la adhesión de España a la OTAN. Lo previsible del comportamiento no quita gravedad a esta ausencia de una parte del Gobierno y a su significado. Tener a medio Gobierno de un miembro de la Alianza en contra de la misma ni es frecuente ni tranquiliza. Más aún cuando esos elementos gubernamentales se oponen a la ayuda militar a Ucrania y de forma disimulada pero evidente actúan en favor de la agenda política y militar del autócrata Putin. ¡Menuda carta de presentación para un Gobierno de España!

La radicalización anti OTAN de Podemos tiene la virtud de mostrar características no siempre destacadas de ese partido. El aspecto grave y preocupante del asunto entronca con su voluntad de desestabilizar la nación y la democracia españolas, incluidas su seguridad y defensa. Basta imaginar cuáles serían los aliados internacionales que los podemitas elegirían en esos ámbitos. Ninguno es una democracia. Pero luego está la faceta pueril y adanista, que deriva de su problema nostálgico, de su atracción por volver a un año cero –los "años de lucha", los llaman–, cuando todo podía haber sido de otra forma y, en lugar de una democracia homologable, se hubiera podido hacer una Revolución. Los podemitas, como aquellos falangistas, padecen la nostalgia de la revolución pendiente. Y una parte de su radicalización anti OTAN viene de ahí. Del deseo de una vuelta atrás para hacer ahora lo que no se hizo entonces. De representar el regreso a la época mitificada. De retornar al "OTAN, no, bases fuera", cuando todo pudo ser distinto a como fue.

No es tan absurdo como parece este regreso onírico, porque la oposición a la entrada de España en la OTAN fue la última gran batalla que dio la izquierda en nuestro país. No habría otra ofensiva igual, con el mismo grado de movilización, con la posibilidad cierta de ganar la partida y con la influencia que la decisión final iba a tener sobre el lugar que ocuparía nuestro país en el mundo. Fue la última batalla en varios sentidos. Fue la última a la que se presentaron todas las fuerzas de la izquierda sin excepción y cuando aún no había desaparecido, relegado a la irrelevancia, el Partido Comunista. Fue la última que se libró en el paradigma de la Guerra Fría, con la Unión Soviética en aparente plena forma. Y fue la última en sentido literal. Nunca volvería a levantar cabeza algo parecido; ni siquiera llegó a tanto lo del noalaguerra. En cierto modo, fue la lucha final y, como se sabe, después de muchas vueltas, y de la decisiva vuelta o voltereta del Partido Socialista, se saldó con una estruendosa derrota.

Por suerte para España, la izquierda perdió aquella última gran batalla. Los socialistas no pudieron seguir en la demagogia anti OTAN una vez en el Gobierno y tuvieron que plegar velas y hacer mil maniobras de despiste. Hoy es difícil de entender cómo salvaron la cara. En las bases de izquierdas, el resultado del referéndum provocó infartos y levantó acusaciones de pucherazo. Todavía circulan. Pero con todo lo que se armó entonces, el nivel argumental no llegaría tan bajo como el de Podemos, que ve lo de la OTAN como una elección entre "multiplicar tanques y metralletas o tener más profesores y médicos". Será por eso que no quieren mandar armas a los ucranianos. Para que tengan más profesores y médicos. Bajo los misiles del ejército de Putin. Si no fuera criminal, sería estúpido.

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