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Carmelo Jordá

La única crisis de gobierno que importa

En las actuales circunstancias creo que una crisis de Gobierno serviría para poco más que llenar los periódicos y los informativos unos cuantos días.

En las actuales circunstancias creo que una crisis de Gobierno serviría para poco más que llenar los periódicos y los informativos unos cuantos días.
Pedro Sánchez y la ministra de Sanidad, Carolina Darias, en la isla de La Palma. | EFE

Pedro Sánchez se ha mostrado este martes muy indignado con la prensa y los medios, que los muy cabrones se pasan el día "intoxicando" en lugar de leer el BOE, hacerle preguntas fáciles a sus ministros y reproducir aquello que Su Sanchidad tenga a bien revelarnos a los pobres mortales.

No hay que ser el más avispado de la Villa y Corte para relacionar esta reacción un tanto iracunda del presidente del Gobierno con un artículo publicado este lunes por su otrora fiel escudero y/o almirante de campo, Iván Redondo, que en su siempre un tanto barroco y voluntariamente ambiguo estilo pedía desde su "situation room" una mortandad de ministros que sirva para recuperar la iniciativa política o, como él lo llama, la "moral de victoria".

Redondo no sólo pide –¡casi exige!– una crisis de gobierno que Sánchez cree patrimonio de su divina voluntad, pero es que además traza un cuadro más bien deprimente de la situación que, imagino, habrá terminado por completar el cabreo del hombre del Falcon, que no le dejamos ni disfrutar en paz ni de sus viajecitos a cuenta de nuestro dinero y encima se ha tenido que quitar la corbata, el pobre.

Pero más allá de las nuevas discrepancias de las viejas parejas de baile político, es divertido ver la importancia que unos y otros dan –damos, lo confieso– a estos cambios ministeriales que en las actuales circunstancias yo creo que sirven para poco más que llenar los periódicos y los informativos durante unos cuantos días, algo que los periodistas agradecemos, las cosas como son.

El mejor ejemplo de ello es, precisamente, la última crisis de gobierno, de la que ya hace algo más de un año y que fue la mayor mortandad de ministros que se recuerda, algo así como la Boda Roja del palacio de La Moncloa, con sangre ministerial corriendo a raudales y un número inigualable de muertes políticas. ¿Y para qué? Pues para que doce meses después siga habiendo ministros cuyo nombre no somos capaces de recordar y estemos hablando otra vez de que es necesaria una nueva matanza. Mientras tanto, en el camino el PSOE ha seguido perdiendo elecciones como quién pierde partidos de pretemporada de esos que se juegan a horarios imposibles en la otra punta del planeta.

Nada hace pensar que ahora sería distinto, sobre todo porque lo que necesita Sánchez no son ministros al degradado uso actual, sino verdaderos revulsivos políticos que sepan hacer algo más que llevar una cartera de piel de aquí para allá. Personajes de fuste que puedan tener verdadera iniciativa e impacto –positivo, se entiende– en la opinión pública. Y, sinceramente: ¿cuánta gente queda en el PSOE con ese perfil? Más aún: ¿cuánta gente fuera del PSOE con esas cualidades podría comprometerse con este Gobierno moribundo, autoritario, filoseparatista y amigo de los etarras? Responderé a las dos preguntas un tanto retóricas: cero y cero.

El actual Ejecutivo es una pandilla de inútiles, la mayor parte de ellos además malvados o, al menos, perfectamente amorales, es cierto, pero la culpa de la situación que atraviesa España y la coalición en el poder no la tienen ni Pilar Alegría, ni la Llop, ni el señor ese de Universidades que no me acuerdo cómo se llamaba. Ni siquiera la tienen las locuras de Montero o los desbarres de Garzón, no: la culpa es de Sánchez y la única crisis de Gobierno que realmente importa será la que lo saque a él de Moncloa. Hasta entonces contemplemos divertidos los fuegos de artificio, si es que llegan.

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