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Amando de Miguel

La danza macabra de la memoria histórica

No me consuela que el triunfo de la conjunción socialista, comunista y separatista (llamada "Frente Popular" en 1936) haya sido tan prepóstero.

No me consuela que el triunfo de la conjunción socialista, comunista y separatista (llamada "Frente Popular" en 1936) haya sido tan prepóstero.
Madrid durante la Guerra Civil | Cordon Press

Yo no tengo ninguna culpa. Junto a otros compañeros de parecidas cohortes de edad, hemos agotado las fuerzas hasta recaer en el destino maléfico de las dos Españas enfrentadas. Helas, aquí, otra vez en el ejercicio de la sedicente "memoria histórica"; una aberración, que se presenta como un deber cívico.

Resulta pavorosa la pintura negra de Goya para su Quinta del Sordo, dibujada al carboncillo. "La riña" representa a dos jayanes que se hunden aposta hasta la rodilla en un barrizal. Armados con sendos garrotes, se disponen a acabar el uno con el otro. Dibujadas quedan las dos Españas.

Todavía, queda un gesto de valor en el brutal duelo de los jayanes goyescos. Mejor servirá la contemplación a distancia de un suceso real. Ahora mismo, desde mi ventana, percibo el escenario, lejano en el tiempo. Nos situamos en septiembre de 1937, en las fiestas del pueblo, entonces, secularizadas. Se dispuso la plaza del Ayuntamiento para la tradicional corrida de toros. Cerraron un círculo con carros, tapando los vanos con trillos y colleras. Pero se presentó lo imprevisible. No hubo manera de encontrar toros, ni siquiera novillos. El secretario de las Juventudes Comunistas propuso una becerrada simbólica. Al alcalde lo tenían preso en el sótano del Ayuntamiento, por haber sido de la CEDA. No tenía más remedio que colaborar. Se le proveyó de una cornamenta de cabestro. El hombre tuvo que salir al ruedo, animado por el griterío de los vecinos, que atestaban los carros. Los mozalbetes empezaron a dar capotazos al indeciso alcalde. El vino corría en abundancia. A uno de los mozos se le ocurrió clavar un par de banderillas en la espalda del pobre alcalde. La multitud rugía de excitación. Una corneta tocó la suerte de matar. El torero más decidido se armó de muleta y estoque. En la plaza se hizo un contenido silencio. El alcalde, chorreando sangre, embistió como un autómata a las incitaciones del trapo rojo. El matador le atravesó la cerviz con su espada y recibió una clamorosa ovación del público.

Perdón por relatar tan brutal suceso, tal y como me lo contó un testigo, entonces, un niño, de quien me hice amigo muchos años más tarde. Lo hago por revivir con creces el mandato de la ley de memoria histórica, destinada a que no olvidemos nuestro pasado cercano. Es una recomendación del reciente sello de Correos, emitido como homenaje a la valiosísima contribución a la democracia por parte del Partido Comunista de España durante la Guerra Civil de 1936.

Puedo añadir otro testimonio de resonancias familiares. En noviembre de 1936, mi primo Tomás, de 16 años, junto a otros varios miles de españoles, fue fusilado en Paracuellos del Jarama (Madrid). Los matachines fueron reclutados por el PCE.

Por la otra ventana de mi cuarto, contemplo, un poco más lejos, el monumento del Valle de los Caídos. Humanizaron el topónimo original: "Cuelgamoros", disimulado, después, en "Cuelgamuros". Ahora, lo quieren dinamitar, como hicieron con las colosales estatuas de los Budas en Afganistán hace unas décadas. Por lo visto, ofendían a la sensibilidad iconoclasta de los talibán ¿Seremos capaces los españoles de mejorar esa barbarie, convirtiendo el Valle de los Caídos en una gigantesca cantera de materiales de derribo? Podría ser el homenaje definitivo a las dos Españas. Aparece, ahora, triunfante, la España progresista, feminista y animalista con perspectiva de género, trasversal y renovable.

No me consuela que el triunfo de la conjunción socialista, comunista y separatista (llamada "Frente Popular" en 1936) haya sido tan prepóstero. Es lo que, ahora, nos rige.

El actual Gobierno de España debería organizar una de esas cumbres globales, que dan tanto pisto. Sería como una especie de apoteosis de la España republicana. Podría parecer un despropósito; pero, peor sería aceptar que todo lo que sea oponerse a la estampida de las hordas progresistas se interprete como un remedo del fascismo. Hasta ahí podríamos llegar.

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