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José García Domínguez

'Puto y ladrón, queremos a Perón'

La intrahistoria del peronismo da para llenar casi tantos hospitales psiquiátricos como novelas negras.

La intrahistoria del peronismo da para llenar casi tantos hospitales psiquiátricos como novelas negras.
Manifestantes frente a la vivienda de Cristina Fernández de Kirchner. | EFE

"Puto y ladrón, queremos a Perón", eso entonaban a capela las barras bravas, eterno semillero de las bases del justicialismo, en las gradas de los estadios de fútbol argentinos allá por 1956, cuando el dictador que había inventado el fascismo criollo acababa de ser derrocado y mentar su nombre en publico podía acarrear altas multas e incluso condenas penales de prisión. Y es que los rendidos devotos de esa inexplicable religión laica, el peronismo, que por entonces eran muchos y que a día de hoy todavía siguen siendo demasiados, no ponían en cuestión que su caudillo robara, un hábito consuetudinario que forma parte de las más antiguas tradiciones políticas del subcontinente, sino que tenían en alta estima el que, al menos, él repartiera algo. Nada nuevo bajo el sol, pues, con los Kirchner.

Borges dijo una vez, frase que le saldría muy cara, que el peronismo encarna la expresión política de las heces de la sociedad argentina. E igual el maestro no andaba muy desencaminado. Repárese sino en los edificantes predecesores de la condenada y de su difunto marido al frente del movimiento, los modelos de catadura moral sobre los que el kirchnerismo edificó su imperio político-financiero. Carlos Menem, El Dioni de la Pampa; López Rega, El Brujo, un antiguo guardia urbano de Buenos Aires que acabó convirtiéndose en el Rasputín de Isabelita Perón en su exilio madrileño de Puerta de Hierro (la obligaba a introducirse en el féretro fúnebre de Evita durante horas para que el fantasma de la otra le transmitiese su espíritu), todo ello antes de retornar a Buenos Aires, ya como ministro.

Como ministro y como jefe supremo de la Triple A, la banda terrorista de la extrema derecha peronista que se dedicaría a exterminar a la banda terrorista de la extrema izquierda peronista, los montoneros, pues todo, incluidos los cadáveres, quedaría en casa; los propios montoneros, resultado delirante y sanguinario del inopinado sincretismo entre el Che Guevara y el fundamentalismo cristiano más ultramontano; Herminio Iglesias, el candidato que se presentó contra Alfonsín, un tipo con la cara surcada por una enorme cicatriz fruto de un navajazo cuando ejercía de proxeneta en el puerto de Buenos Aires… Porque la intrahistoria del peronismo da para llenar casi tantos hospitales psiquiátricos como novelas negras. Lo dicho, Borges no andaba lejos de la verdad.

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