
Si "inteligencia artificial" es la palabra del año, dictaminada por Fundéu, ¿cuál es la palabra del año pero en su dimensión tenebrosa? Propongo que sea "negacionismo", dícese de cuando se quiere silenciar una opinión sin aportar un solo argumento, simplemente mediante la intimidación social y la arrogancia moral.
Si pongo "negacionismo" en el buscador de Twitter entre los primeros que me salen que lo usan a diestro y siniestro están Pablo Echenique, la ministra de Educación Pilar Alegría y la diputada podemita en Madrid, Mónica García. Se ha convertido esta expresión en un arma retórica de los negacionistas del debate, los apologetas del negacionismo del disenso. Se utiliza sobre todo contra cualquiera que pretenda introducir un matiz, realizar una pregunta o cuestionar un apartado del consenso sobre el cambio climático, el confinamiento y las vacunas durante la pandemia, o la denominada "violencia de género".
Al final, el uso del término negacionista termina por volverse contra el que lo usa, que queda así caracterizado por ser alguien dogmático e intolerante, ayuno de argumentos y evidencias por lo que trata de imponer sus paranoias como si fuesen la "ciencia".
En su origen, se denominaban negacionistas a aquellos que negaban que el Holocausto realmente hubiese ocurrido, o que hubiese tenido la magnitud de un genocidio. Por extensión, calificar de negacionista a cualquiera en relación con el origen antropogénico del cambio climático, las vacunas del covid o el concepto de "violencia de género" es equivalente a llamarlo nazi.
Seguramente usted, estimado lector, tiene alguna objeción que hacer a alguno de los temas polémicos señalados, por lo que será usted un negacionista, si discute uno de ellos, un ultranegacionista, si se enfrenta a dos, o un meganegacionista, si presenta objeciones a los tres. Igualmente puede ser que está a favor del consenso hegemónico en todo, pero aún así reconocerá, llevado por su liberalismo tolerante y su talante científico, que no solo es respetable que haya hipótesis alternativas sino que la ciencia se basa más bien en el disenso fundamentado que en un consenso acrítico como si fuese una versión laica de la comunión de todos los santos.
Hemos pasado del mantra de que "todas las opiniones son respetables", por lo que la astronomía y la astrología se deberían enseñar por igual en las Facultades de Física, a considerar que las hipótesis razonables pero minoritarias han de ser canceladas, tratando a sus defensores como si fuesen apestados y censurando en las redes sociales incluso a aquellos científicos que, osadía sin par, se atreven a denunciar que el rey está desnudo: el presunto comité de expertos de Pedro Sánchez durante la pandemia no existe, hay turbios conflictos de interés entre las farmacéuticas y los gobiernos a cuenta de las vacunas, o que los portavoces científicos del gobierno, como Pedro Simón en España o Anthony Fauci en EE.UU., son andantes contradicciones en los términos.
Si el cliché de que "todas las opiniones son respetables" trata de blindar determinadas hipótesis contra la controversia y la irrisión, con la excusa de que sus defensores se ofenden si son ridiculizados o disputados, la acusación de "negacionismo" trata de expulsar del campo de juego científico y debatiente los puntos de vista que molestan al poder establecido, al statu quo y los intereses espurios.
En cualquier caso, por exceso o por defecto de tolerancia, lo que pierde es la concepción de que hay una verdad objetiva y una serie de métodos racionales para alcanzarla o, al menos, aproximarnos a ella. Esta destrucción de los mecanismos para llegar a la verdad objetiva es el núcleo de lo que se denomina "posverdad", la idea de que la verdad no existe, todo son interpretaciones y, por tanto, se oscila entre que cualquiera puede decir lo que estime sin más respaldo que sus sentimientos o su intuición, y que solo pueden decretar lo que es verdadero los "expertos" designados por los Estados. Paradójicamente se mezclan los disparates más absurdos con los dogmas más inquisitoriales, todo ellos respaldados, eso sí, por estudios, "papers" y lo que denominan "evidencia", que suele ser mera invitación a seguir investigando en una dirección u otra.
Es verdad que hay opiniones para todos los gustos, pero no todas las opiniones son igual de valiosas. Es verdad que hay hipótesis que tienen más respaldo de la comunidad científica, pero dichas hipótesis no son indiscutibles. Es verdad que existe la verdad, aunque ni el relativismo epistemológico populista ni el consenso manufacturado desde el poder nos van a acercar ni un milímetro a ella, más bien lo contrario
