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Cristina Losada

El sapo del Marocgate

Dice López Aguilar, que fue ministro con Zapatero, que para preservar las relaciones con Marruecos hay que tragar sapos.

No ha podido ser más funesta la coincidencia entre el destape de la corrupción en el Parlamento Europeo y la agenda de Pedro Sánchez, dos asuntos que llevan a Rabat por distintas rutas. Del escándalo que se ha dado en llamar Qatargate, pese a que Marruecos llevaba más tiempo sobornando a eurodiputados, todavía queda por saber. Según Der Spiegel, que ha accedido a cientos de documentos, sólo conocemos la punta del iceberg. Pero si algo se sabe con certeza es que los detenidos son de un mismo color político. Desde la figura más vistosa de la trama, la griega Eva Kaili, hasta el presunto jefe de la red corrupta, el italiano Antonio Panzeri, pasando por los distintos actores secundarios, todos resultan ser de la gran familia socialista.

Sus prácticas se dice que eran propias de aficionados, porque el dinero que recibían lo guardaban en casa, a la antigua usanza. A Panzeri le descubrieron una maleta llena de billetes debajo de la cama. Kaili le entregó a su padre una maleta del mismo tipo para que saliera del país cuando se enteró de que iban a por ellos. Pero por aficionados que fueran, pasaron años sin ser detectados mientras recibían dinero en efectivo, tarjetas de crédito y regalos, como unas vacaciones de las que disfrutaron los Panzeri. "Este año no nos podemos permitir unas vacaciones de 100.000 euros como las del año pasado", dijo la esposa en una conversación telefónica. Aquel año tuvieron que apretarse el cinturón. Y para ser unos aficionados no les faltaron ideas, como la de montar una ONG para procesar mejor el dinero de los sobornos. Fight Impunity (Contra la Impunidad) se llamó.

Nada de todo esto parece haber despertado mucha inquietud en el PSOE y en el Gobierno. La semana pasada sus eurodiputados votaron en contra de una resolución del Parlamento Europeo crítica con las detenciones de periodistas en Marruecos, a pesar de que votaban a favor todos los demás socialistas. No les bastaba con abstenerse, como hicieron los del PP por motivos ininteligibles. Tenían que votar en contra. Y no recibieron, que se sepa, presiones marroquíes, como otros eurodiputados. Claro que para qué, si ya recibían instrucciones del PSOE y del Gobierno sobre cuál debía ser el sentido de su voto.

Los intereses de Rabat son tan importantes para Sánchez que paga el precio de quedar señalado en el Parlamento Europeo como el único que rechaza, junto a Le Pen, una crítica a Marruecos. Esto en medio de un escándalo que sacude los cimientos de la Eurocámara. Pero el PSOE está actuando como si el Marocgate no existiera. Extraña tranquilidad la suya, como si tuviera la seguridad de que no se verá salpicado. Y puede que la tenga. No hace falta presionar o sobornar a eurodiputados cuando se tiene acceso a escalones más altos. Uno se puede ahorrar el trabajo sórdido en los pasillos de Bruselas cuando es capaz de influir en un Gobierno. Dice López Aguilar, que fue ministro con Zapatero, que para preservar las relaciones con Marruecos hay que tragar sapos. Falta por saber si los tragan a palo seco o con aderezo.

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