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Miguel del Pino

Con las hormonas no se juega

Hay que renovar el juramento hipocrático. Médicos y docentes: sois nuestra última esperanza ante los fanáticos sectarios.

Hay que renovar el juramento hipocrático. Médicos y docentes: sois nuestra última esperanza ante los fanáticos sectarios.
MADRID, 16/02/2023.- La ministra de Igualdad, Irene Montero, posa para los fotógrafos tras la aprobación de la ley trans, este jueves, a la salida del Congreso de los Diputados, en Madrid. La ley trans ha salido adelante este jueves en el Congreso con los apoyos del PSOE, Unidas Podemos y el bloque de la investidura tras superar las discrepancias entre los socios de Gobierno y parte del movimiento feminista por las diferencias de criterios sobre los menores trans y la autodeterminación de género. EFE/Unidas Podemos/Dani Gago SOLO USO EDITORIAL/ SOLO USO PERMITIDO PARA ILUSTRAR LA NOTICIA QUE ACOMPAÑA/ (CRÉDITO OBLIGATORIO) | EFE

Ante la tiranía de la aritmética política convertida en apisonadora de la razón, de la ciencia y de la humanidad por la fuerza de un puñado de votos radicales, médicos y docentes son nuestra última esperanza.

Está claro que hacemos referencia a las llamadas "leyes ideológicas" del grupo PSOE, Podemos, IU, Bildu, ERC, que van pasando el filtro sucesivo de las votaciones en el Parlamento pero seguramente, y así lo deseamos, no superarán el juicio de la Historia, ni siquiera a corto plazo.

En el caso de la llamada Ley Trans, el fanatismo ideológico y la manipulación de la psicología se enfrentan con la biología y la medicina, y hay que reconocer que hasta el momento las van aplastando. Para volver a la realidad científica y para informar a la opinión pública de manera flagrante, médicos y docentes son nuestra última esperanza.

Las hormonas: un castillo de naipes

En función de planteamientos ideológicos y supuestamente sociales la reciente Ley Trans juega a la ruleta rusa con la endocrinología y la cirugía. El sistema hormonal constituye un complejo sistema de mensajes químicos interrelacionados y coordinados por una glándula fundamental: la hipófisis, o cuerpo pituitario, situada en la base del cerebro.

Sería un error tratar de comprender el mundo de las hormonas reduciéndolo a una relación de sustancias químicas como si funcionaran por separado. En realidad las diferentes hormonas trabajan en equipo hasta el extremo de que en la actualidad se habla de un sistema endocrino, coordinado por la hipófisis, comparable al sistema nervioso, en este caso coordinado por el cerebro. El sistema endocrino funciona mediante mensajeros químicos: las hormonas.

Entre las diferentes hormonas hay algunas que se han especializado en la regulación de las funciones sexuales: regulan los ciclos reproductores de los vertebrados y entre ellos los de la especie humana, y está claro que su supresión (por castración quirúrgica o química) o su implantación por medios médicos puede modificar los caracteres sexuales secundarios, es decir, la apariencia sexual e incluso el comportamiento.

No solo las hormonas llamadas sexuales determinan la conducta o la apariencia sexual; también la propia hipófisis o "cerebro endocrino" se implica en tales procesos. La hormona folículo estimulante determina la aparición de las épocas de celo en los vertebrados e inicia sus ciclos de ovulación o maduración del huevo respectivamente según se trate de vivíparos u ovíparos, la hormona galactogénica determina la producción de leche en los mamíferos y también las conductas maternales, y en las aves las de incubación. Así de compleja es la actuación de las hormonas.

También puede ser muy compleja la respuesta de un organismo animal, y por supuesto humano, al traumatismo fisiológico que puede producirse tras la alteración endocrina artificial, no solo en lo referente al componente reproductor en su funcionalidad; también lo psicológico queda sometido a traumatismos que la experiencia ha demostrado que son capaces de conducir al suicidio, especialmente a personas arrepentidas de haberse sometido a cambios irreversibles cuando eran aún inmaduros en edad o conducta.

¿Hay que actualizar el juramento hipocrático?

A los médicos que puedan sentirse tentados a ceder en sus convicciones científicas ante el avance de la apisonadora de lo políticamente correcto y la amenaza de represalias fanáticas, hay que insuflarles moral ante la belleza de su juramento hipocrático. El seguimiento de este código que todos vienen asumiendo desde el siglo IV a.C. es algo especialmente hermoso y revitalizante: uno de los pocos paliativos morales en que podemos refugiarnos quienes confiaron en la deontología de su profesión.

Los seguidores de Hipócrates de Cos (420 a.C) resumieron en un sencillo código cuál debía ser la práctica profesional de quienes se dedicaran a la medicina; tal código de conducta pasaba a convertirles en ciudadanos de especial cualificación moral e importancia social, y así debe seguir siendo en nuestros días.

El médico debe ser ante todo un profesional moralmente intachable: ni se dejará tentar por lisonjas o riquezas, ni causará daño alguno a nadie, antes velará por todo aquello que suponga beneficio para lo que hoy llamaríamos calidad de vida de sus pacientes.

Por supuesto el médico no administrará sustancias mortales, ni abortivos, odiará todo lo que suponga corrupción y no se dejará influir por nada que suponga el mal; solo así los practicantes de la medicina podrán asumir la condición de ciudadanos especialmente respetables que el resto de la sociedad debe reconocerles.

Solo en momentos de especial gravedad social los políticos son capaces de tratar de imponer criterios ideológicos o sectarios a los conocimientos científicos o a la objeción moral de los médicos: estamos ante uno de estos momentos.

A quienes no se atengan a los códigos éticos que deben orientar su desarrollo profesional en los principios o en el valor para defenderlos, cabe esperar, como decíamos al comienzo, que no les absuelva el juicio inapelable de la historia. Los políticos fanáticos e ignorantes pasarán, bastará un cambio numérico en los escrutinios de las votaciones: los principios científicos y morales deberían permanecer en el tiempo.

Hagamos extensión de nuestra declaración de apoyo a los médicos también para los docentes. Que nadie tenga miedo a decir las verdades científicas a los alumnos, especialmente a los adolescentes inmaduros. Predicaré con el ejemplo clamando que el sexo humano no es un constructo social, sino un carácter biológico determinado en forma primaria por los correspondientes cromosomas y complementado, eso sí, por complejos mecanismos hormonales y conductuales. Diga quien diga lo contrario y sea quien sea quien maneje los expedientes y la represión. ¿Quién nos dijera que tendríamos que volver a utilizar este término maldito?

Miguel del Pino, catedrático de Ciencias Naturales.

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