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Cristina Losada

¿Cenas o te corrompes?

Una cosa es que desaparezca la inquietud por la corrupción y otra distinta es que desaparezca la corrupción.

Una cosa es que desaparezca la inquietud por la corrupción y otra distinta es que desaparezca la corrupción.
El portavoz del grupo socialista, Patxi López. | EFE

En la estela de la nueva política ha llegado la vieja corrupción. La de siempre. Ha llegado porque no se había ido. Lo del Tito Berni y su banda es indicio de que permanece intacto, perfectamente conservado, el ecosistema donde proliferan las prácticas corruptas contra las que clamaron tantos fingidos Savonarolas hace unos años. Nada se ha hecho para limitar su extensión, nada, salvo clamar fingidamente. Cuando se puede pasear por el Congreso a los que van a pagar las mordidas y las juergas, y se lleva a diputados a costosas cenas que no van a abonar de su bolsillo, es que el contexto existe, igual que existe el pretexto.

El pretexto lo formuló en cierto modo y a su manera el portavoz Patxi López al decir que "una cosa es cenar y otra corromperse", la distinción perogrullesca. Qué tiene de malo cenar, viene a plantear López. Lo malo es cenar con quienes fueron a cenar más de una docena de diputados socialistas cuyos nombres aún no se conocen. Qué más da, diría luego el mismo Perogrullo. Claro que si tanto da, por qué no los revelan. Más aún cuando se acabarán conociendo. No es igual cenar que corromperse, para eso no hace falta el filósofo, pero resulta que tenemos una tipología de corrupto que incluye cena, copa, puro, coca y putas, todo en el mismo pack. Cualquiera reconoce el tipo. Casi un arquetipo. Uno que introdujo el propio PSOE hace décadas y se ha ido reencarnando desde entonces. Estamos en un déjâ vu. El eterno retorno de Roldán.

Hace poco se vanagloriaba el presidente del Gobierno de que al llegar él a La Moncloa, la corrupción era una de las mayores preocupaciones de los españoles y que ahora, con él y gracias a él —no lo dijo, pero se sobreentendía— había desaparecido aquella inquietud. Pero hay que decir con López: una cosa es que desaparezca la inquietud por la corrupción y otra distinta es que desaparezca la corrupción. No puede desaparecer la corrupción cuando no se ha hecho nada consistente para que desaparezca su caldo de cultivo. Todo aquel período de clamores contra la corrupción, a los que el PSOE se sumó como si fuera nuevo en el lugar y estuviera tan limpio como un recién llegado, no fue más que un posado para la galería. Como mucho, una hipocresía, el tributo que el vicio paga a la virtud.

La mayor de las hipocresías fue presentar la moción de censura contra Rajoy como la moción de los virtuosos contra los viciosos, de los limpios contra los manchados. La sentencia de la Gürtel sólo dio el pretexto para hacer lo que se quería hacer y se tenía los votos para hacer. "En las sociedades en las cuales la mayoría de los políticos son corruptos", dice Fukuyama hablando de este asunto, "señalar a uno para que sea castigado no suele ser signo de reforma, sino de un asalto al poder". Aquí fue tal cual.

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