
La elección de un candidato independiente para una moción de censura de un partido no había ocurrido nunca. Este hecho inédito, junto al cuestionamiento de la idoneidad del candidato para un partido como Vox, ha puesto a la moción que presentará el martes en la problemática categoría de operación de riesgo. Y de riesgo más para Vox que para Ramón Tamames, quien parece encantado con la oportunidad de subirse a la tribuna del Congreso, tantos años después, para contarles a los españoles sus ideas sobre el presente, el pasado y el futuro del país.
Cómo saldrá la operación, ya se verá, aunque hay quien calcula que el mayor riesgo que corre es el de naufragar en el ridículo. Pero expectación no falta, como se vio en la rueda de prensa de Abascal y el candidato. Aunque sólo sea por lo insólito del asunto, se espera todo un espectáculo, a saborear con palomitas, que incluye también los números circenses que pueda ofrecer el Gobierno. Será cosa de ver, y de alquilar sillas, como dicen en Cataluña, si se materializa la propuesta de la podemita Belarra, que quiere contrarrestar a Tamames con una especie de coral femenina o sororidad formada por todas las ministras.
Espectacularidad al margen, aquello que ha centrado el debate sobre la moción o, más exactamente, sobre el candidato, es la cuestión de las discrepancias. De las que separan al partido Vox y a quien propone como presidente del Gobierno. Han emergido unas cuantas, y se puede hacer un ránking de las más agudas a las más leves, tanto en posicionamientos pasados de Tamames (no me refiero a su antigua militancia en el PCE), como en declaraciones recientes. Y, como se vio de nuevo en la rueda de prensa, es ése punto, el de las discrepancias, el que más interés despierta. ¿Cómo puede un partido presentar a un candidato que tiene tantas discrepancias con las posiciones del partido o que tiene esas concretas discrepancias?
A la pregunta sobre las discrepancias, Vox responde que Tamames es un candidato independiente, y que eso significa que no hay un cien por cien de coincidencias. Si quisieran ese cien por cien presentarían a uno de los suyos, lógicamente. Y hace también Vox cierto reproche a los medios por dar la mayor relevancia a las diferencias o editar las entrevistas con Tamames para resaltarlas. No voy a ser yo quien diga que los medios están fuera de reproche y son intocables. Ni mucho menos. Pero si ponen el foco sobre las ya famosas discrepancias es por la sencilla razón de que ahí está la noticia. Que la noticia esté ahí nos dice qué es, por contra, lo que consideramos normal: lo normal es que no haya discrepancias. Por eso es noticioso que las haya.
La norma a las que nos hemos ido acostumbrando es que no haya discrepancias dentro de los partidos (y si las hay, que laven la ropa sucia en casa). Y cuando el partido llama, de pronto, a un independiente, la norma a la que nos hemos habituado es que tampoco tenga discrepancias (y si las tiene, que se las calle). Estamos en el imperio del monolitismo partidario. Se espera que hasta un candidato independiente coincida al cien por cien. Claro que entonces, ¿dónde está la gracia? La elección de un independiente lleva incluido un margen de discrepancia. Se puede negociar hasta qué punto es políticamente correcto manifestarlas, pero sin ese margen, el independiente no tiene ningún sentido. Salvo que sea un candidato en blanco: gente sin ideas propias a la que se le hace aprender el catecismo partidario. Los partidos han penalizado tanto cualquier expresión de diferencias que sus miembros se van pareciendo más y más a autómatas que recitan las consignas del día. Más allá de las peculiaridades del caso de Tamames, esta monolítica normalidad debería preocuparnos.