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Carmelo Jordá

Bolaños en Austerlitz

Puede ser que por alguna razón que no alcanzo a entender quieran asegurar una victoria de Díaz Ayuso como la de Napoleón en Austerlitz.

Puede ser que por alguna razón que no alcanzo a entender quieran asegurar una victoria de Díaz Ayuso como la de Napoleón en Austerlitz.
Félix Bolaños junto a Isabel Díaz Ayuso y José Luis Martínez-Almeida. | EFE

Reconozco que lo de Bolaños no lo vi venir: cuando llegó al Gobierno con la misión más o menos confesa de ser el nuevo Iván Redondo todo el mundo hablaba de su seriedad, de su capacidad de trabajo y de su inteligencia política. En un Ejecutivo y un partido de amateurs que en su inmensa mayoría parecen no tener ni la EGB, el nuevo ministro era una mezcla de Mario (el fontanero perfecto), Clausewitz y Sun Tzu, y los periodistas acampanaban la voz para referirse a él y saludaban su llegada –la de un profesional todo eficacia– como si hubiese llegado la primavera.

Cierto es que no habíamos visto su fotonovela, que presentaba a un Bolaños muy diferente de aquel cuyas loas cantaban mis colegas: en ese inefable librito y aún antes de ser ministro ya se ve a un personaje de una vanidad terrible y una chapucería indescriptible –joder Félix, ya que te pones a hacer algo tan ridículo al menos que no parezca la presentación de un chaval de instituto– así que ante tal unanimidad yo mismo pensé que por fin teníamos un ministro que merecía la cartera.

Pues no, eso me pasa por fiarme de periodistas y tertulianos, en lugar de eso desde su llegada al Gobierno se ha ido convirtiendo en una caricatura del personaje que se suponía que era. Bolañada a bolañada, en lugar de un ministro serio se ha convertido en un actor que va desgranando gags con gesto serio, como Buster Keaton pero sin ninguna gracia. Sus éxitos se pueden contar con los dedos de una oreja y sus comparecencias parlamentarias son una cosa a mitad de camino entre Doña Rogelia y el tío segundo aquel que se emborrachó en la boda provocando bastante horror, no poca pena y mucha vergüenza ajena.

Pero lo de este 2 de Mayo alcanza nuevas cuotas de espanto político, la demostración de arrogancia y falta de respeto ha sido estelar. A ver, por si alguien tiene dudas: cuando un político quiere ir a un acto pide una invitación por el canal correspondiente y con tiempo, y si por desgracia no hay sitio, se queda en casa.

Más allá del papelón institucional, es difícil de entender qué pretenden Bolaños y Sánchez con su actitud. Está claro que creen que les interesa confrontar con Díaz Ayuso, pero a mí me parece que se equivocan: cuatro años llevan ya con esta táctica genial y las elecciones de 2021 y las encuestas de 2023 me dan la razón… y por goleada. Además, está claro que por mucho que el ministro de la Presidencia ponga cara de bobo al pie de la tribuna de autoridades, en un enfrentamiento así el que es percibido como un soberbio y un abusón es el más poderoso, es decir, el Gobierno, mientras que la presidenta de Madrid sigue, gracias a ellos, cultivando las virtudes que más aprecia su electorado: la valentía política y personificar una oposición frontal a Sánchez.

También puede ser que por alguna razón que no alcanzo a entender quieran asegurar la mayoría absoluta de Díaz Ayuso. Insisto en que no veo en qué les beneficia que el PP logre en Madrid una victoria como la de Napoleón en Austerlitz, pero sólo así se puede entender toda la torpeza con la que Bolaños se mueve por este campo de batalla del que, a este paso, él y su presidente van a salir más escaldados que los austriacos y los rusos, que después de aquel día infausto ya habían perdido la guerra. Y cuidado que, más allá de las elecciones en Madrid, aquí también hay una guerra que perder.

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