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Luis Herrero Goldáraz

Te entiendo

Los fariseos tendemos a exigirle a quien tememos que actúe igual que Dios: que acepte su castigo y nos subyugue, en todo caso, perdonándonos.

Los fariseos tendemos a exigirle a quien tememos que actúe igual que Dios: que acepte su castigo y nos subyugue, en todo caso, perdonándonos.
Vinicius durante el último partido del Real Madrid contra el Valencia. | Cordon Press

Antimadridista, yo te entiendo. Sé que te encantaría respetar más a Vinicius. Y lo sé porque también tengo complejos y conozco nuestra forma de encarar lo que percibimos como una amenaza. Quieres que el chaval se tranquilice, que agache la cabeza, que sea como Messi. Si eres tan bueno, piensas, humíllame humillándote. Tenme respeto, o sea, asume la paliza que conlleva apalizarme. Yo quiero pensar que sabes que lo estás tergiversando todo. En realidad, Vinicius no fue el primero en lanzar la piedra. Pero entiendo que no seas capaz de verlo a estas alturas, cuando el ruido y la furia de tu guerra no ha encontrado la respuesta que esperabas por su parte; cuando por fin tu odio nos ha alcanzado a todos.

La cosa empezó en el odio que le tienes al Madrid. Es decir, en el miedo. Compró a un adolescente a precio de futuro Balón de Oro y no podías soportar que terminase siéndolo. Había que testarlo. Primero llegó la incertidumbre, el ansia, el cachondeo. Cualquier arma era válida si terminaba en el fracaso de los blancos, aunque por el camino hubiese fenecido la carrera de un niño sin el talento suficiente como para conquistar La Liga y sus insultos. "Ficticius es muy malo", ¿recuerdas? Era el alivio de pensar que habías encontrado a otro Robinho. Por eso no me extraña tu reacción al descubrir después la duda, el vértigo, incluso el pánico. Los balones que empezaban a ser gol y el talento y los cojones que sepultaban con destreza todos los memes. No te quedaba otra, y yo te juro que te entiendo. Sólo podías redoblar el fuego.

Tu lógica no es alocada. Cada uno tiene sus armas y si el rival tiene el regate los demás tenemos el palo. Aprende cuál es tu sitio, le decías. Ser el mejor tiene su precio y antes que tú ya ha habido otros que han comprendido que los templos de nuestro fútbol deben conquistarse desde la cruz, no desde el campo. Tampoco es nuevo. Quienes nos sabemos fariseos tendemos a exigirle a quien tememos que actúe igual que Dios, es decir, que acepte su castigo y nos subyugue, en todo caso, perdonándonos.

El problema de Vinicius es que es humano, y el problema de los humanos es que no solemos eludir la guerra. Tú también lo sabes, no eres distinto. Al cabo de un tiempo nadie recuerda quién comenzó, pues todos hemos recolectado mil motivos que nos permiten justificar exterminarnos. Para escribir la historia, sin embargo, es bueno hacer un ejercicio de empatía.

A mí me gustaría que pensases que eres un chaval de veinte años que juega al fútbol contra el odio que levanta el club más controvertido del planeta. Y que tienes carácter, que no sabes perdonar las injusticias, que tú también has aprendido a ser injusto. Me gustaría que imaginases lo que es jugar contra un estadio, contra un rival al que le cuesta detenerte, contra cien patadas a la altura de la rodilla, contra mil insultos. Y que crees de verdad que los árbitros se han acostumbrado a castigar con más dureza tus respuestas en caliente que las faltas que las provocan. Ni siquiera tus compañeros pueden comprenderte enteramente, pues tú eres su parapeto, el manto amenazante sobre el que caen las piedras, para que nadie más se fije en ellos. Eso es lo que crees y tienes motivos para hacerlo. Imagina que eres negro y que te llaman mono. Me gustaría saber qué harías. Por eso te pregunto si te sigue pareciendo más urgente denunciar los desplantes de Vinicius. Si de verdad te crees que son ellos los que lo desencadenan todo. Si en el fondo esperas que este chico sea un mártir. Si el maltrato ya lo das por descontado.

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