Informan las agencias de una incursión ucraniana en territorio ruso, en la provincia de Belgorod, donde un puñado de hombres y unos pocos blindados han tomado algunas aldeas fronterizas. Al parecer, no se trata de soldados ucranianos, sino de rusos disidentes entrenados y armados por Kiev. Que sean disidentes rusos o soldados ucranianos los protagonistas carece de importancia. Dentro de Rusia no hay, hoy por hoy, oposición capaz de derrocar a Putin. Que unos pocos rusos luchen del lado de Ucrania no cambiará nada a corto plazo. Desde el punto de vista militar, los efectivos ucranianos eran palmariamente insuficientes para tomar una franja significativa de terreno y conservarla, con lo que se retiraron enseguida después de haber destruido algunas instalaciones. Así que esto tampoco es importante.
Lo relevante está en el terreno de lo psicológico. Estas incursiones afectan a la moral de la población que vive en las zonas fronterizas. Muchos han escapado ante la posibilidad de que los combates se extiendan a sus ciudades. Los que huyen, allí donde se refugien, contarán por qué se han ido y eso contradecirá las afirmaciones oficiales de que la operación militar especial marcha conforme a lo previsto. La única forma que tienen los rusos de evitar estas incursiones es mediante el reforzamiento de la vigilancia de la frontera con Ucrania, lo que obligaría a distraer un número no despreciable de tropas del frente, ahora precisamente que se espera que la contraofensiva ucraniana empiece en unos días.
Si los ucranianos logran transmitir a la población rusa que la operación militar especial ya no es un conflicto lejano que sus tropas combaten en apartadas tierras donde los únicos rusos que fallecen son soldados, sino que es una guerra que se librará en su territorio y perecerán en ella también civiles rusos, además de provocar miles de desplazados, la serenidad con la que muchos compatriotas de Putin viven la situación desaparecerá. Eso no quiere decir que el miedo y la ira que genere la guerra trasladada a territorio ruso se volverá contra Putin. Al contrario, podría servir para que el respaldo a su política se reforzara uniendo al pueblo ruso en el objetivo de derrotar a los traidores ucranianos que se vuelven contra la gran madre Rusia.
Y así llegamos al punto crucial. Hasta ahora, Occidente con Estados Unidos a la cabeza ha querido limitar la guerra al territorio ucraniano para evitar la escalada y que Putin pudiera firmar una paz próxima a la derrota sin sufrir críticas internas por ello. Si los ataques al territorio ruso se generalizan y las bajas civiles se amontonan, Putin no podrá firmar otra cosa que no sea una victoria. En consecuencia, el conflicto se enconará, la paz se alejará y la destrucción y las muertes se multiplicarán. Si la lucha se endurece hasta el punto de que para Rusia no quepa otra salida que no sea la victoria absoluta o la derrota total, para Ucrania será lo mismo. Y entonces a Occidente no le quedará otra opción que ayudar a Ucrania con todo lo que tenemos, incluidos por supuesto los F-16. Si ha de ser así, cuánto antes lo hagamos, mejor. La oportunidad de una paz negociada donde ambos bandos cedan algo se está alejando y el margen para las medias tintas está desapareciendo. Pronto, la suerte estará echada.