
No nos distraigamos. La presencia de etarras en las listas de Bildu, aparte de comprensible, es sólo una anécdota. Si los protagonistas no hubieran sido cuarenta y cuatro condenados por delitos de terrorismo, habrían sido otros compañeros de partido sostenedores de los mismos medios y fines. Al fin y al cabo, así ha venido siendo hasta ahora sin gran obstáculo para el normal funcionamiento de las instituciones locales, regionales y nacionales. Y así seguirá siéndolo después de las elecciones, como ya se ha encargado de confirmar el presidente Sánchez al manifestar, tras el maquillaje momentáneo mediante la salida de los etarras de las candidaturas, su deseo de que "podamos contar con el apoyo de su grupo".
Lo que ha importado en el pasado, importa en el presente y seguirá importando en el futuro es algo mucho más profundo que la presencia de tales o cuales personas en unas candidaturas electorales. Porque se trata de la construcción y estabilidad del régimen totalitario que ha traído a España hasta el punto lamentable en el que ahora se encuentra.
Como es lógico, el que terroristas se hayan presentado a las elecciones, aparte de una gravísima ofensa a los ciudadanos honrados, ha sido una cruel burla a las víctimas, a las que se ha provocado inmenso dolor una vez más. Su dolor y su tragedia no tienen comparación posible, pero no hay que olvidar que el terrorismo etarra también ha afectado muy seriamente las vidas de cientos de miles de personas aunque no hayan sido asesinadas. En primer lugar, todos los que tuvieron que abandonar su tierra, con toda su familia, para huir del terrorismo. Junto a ellos, los que la abandonaron hartos de un clima político irrespirable y de una sociedad cómplice con los criminales; y los que la abandonaron hartos de la imposibilidad de ejercer derechos fundamentales como la libertad de expresión o la de reunión; y los que la abandonaron para escapar de la opresión lingüística que pretendía obligarles a aprender una lengua que no era la suya materna y que no habrían de usar jamás; y los que la abandonaron para que sus hijos no fueran adoctrinados en el odio a España y el apoyo al terrorismo; y los que, en suma, la abandonaron hartos del régimen totalitario instaurado por el PNV ante la indiferencia, cuando no con la colaboración, de los gobernantes de todos los partidos que han pasado por la Moncloa. ¿Cómo es posible, desde un enfoque estrictamente democrático, que ese éxodo no impidiese la convocatoria de elecciones en el País Vasco durante medio siglo dada la imposibilidad de vivir, opinar y votar en libertad? ¡Menuda hipocresía lamentar ahora que en el censo vasco faltan aproximadamente 200.000 personas que, de haberse quedado en su tierra, votarían contra el nacionalismo!
Y víctimas más lejanas del terrorismo separatista lo hemos sido todos los españoles, dado que ha modelado nuestro sistema político y provocado buena parte de los graves problemas de hoy. Porque sin tener en cuenta la España de los largos años de terrorismo de ETA no se puede entender la España de hoy. Por ejemplo, la Constitución de 1978 no sería la que es si no hubiera existido ETA. Bien claro lo dejó uno de los padres de la Constitución, Gabriel Cisneros, al declarar que hubo artículos de la Constitución que se redactaron mirando de reojo a ETA. Se refería, obviamente, al título VIII, el que diseñó el Estado de las Autonomías.
¿Serían las mismas las competencias autonómicas si no hubiera existido ETA? ¿Existirían los absurdos privilegios fiscales vascos si no hubiera existido ETA? ¿Estarían transferidas a las comunidades autónomas las desmesuradas competencias de hacienda, justicia y sanidad, que tan gravemente dañan la igualdad de los españoles, si no hubiera existido ETA? ¿Estarían transferidas las competencias de educación, que han perpetuado el abuso infantil y el odio, si no hubiera existido ETA?
Pero ETA no ha estado sola, sino flanqueada por la mayoría de la Iglesia y el PNV desde el gobierno regional. Éste, con su adoctrinamiento totalitario de los niños en las escuelas y de todos los ciudadanos mediante los medios de comunicación a sus órdenes, ha sido el principal responsable del mantenimiento de la base social que apoya a los terroristas. Y a cambio, el PNV ha conseguido la eliminación de las voces discordantes y la subsiguiente hegemonía política. Como confesó el histórico dirigente peneuvista Ramón Labayen, "ETA fue la espada que nos protegió".
Recordemos un solo dato entre mil posibles. En una encuesta realizada hace unos meses en centros escolares de Navarra, se reflejaron los siguientes datos: el 43% de los alumnos de la ESO no saben qué fue ETA; el 99,5% no sabe quién fue Miguel Ángel Blanco; y el 26% considera que la violencia está justificada para la obtención de fines políticos. Ésta es la primera prueba de la victoria de ETA. Y dentro de unos días veremos el resultado de las eleciones.
La segunda es su condición de socia de legislatura del gobierno social-comunista. Arkaitz Rodríguez Torres, secretario general de Sortu, declaró hace cuatro años lo siguiente:
"Hace diez años ya, en nuestro movimiento se abordó un debate fruto del cual cambió de estrategia y pasó de emplear la lucha armada a hacer uso de una estrategia exclusivamente democrática y pacífica. Por un lado, porque llegó a la conclusión de que el Estado español no iba a reconocer nuestro derecho de autodeterminación, y por otro, porque entendimos que ya habíamos generado las condiciones políticas y sociales para poder abordar la conquista de nuestra soberanía nacional".
Es decir: tras haber asesinado a novecientos estorbos, expulsado a decenas de miles y amordazado a millones, ahora ya pueden entrar en política con la garantía de vencer. Y con la insuperable ayuda del gobierno de España, claro.
No se olvide, por lo tanto, que esto es lo verdaderamente importante, no la presencia de unas personas u otras en las candidaturas electorales de Bildu. Eso no es más que un detalle, ciertamente indignante, pero muy secundario por no decir irrelevante.