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Cristina Losada

El santo de la abstención

Cuanto más baje la participación en la fecha elegida, con más soltura entrarán por la aduana las piezas que Frankenstein necesita.

Cuanto más baje la participación en la fecha elegida, con más soltura entrarán por la aduana las piezas que Frankenstein necesita.
Moncloa

De la rebelión socialista y, en concreto, de su improbabilidad acaba de dar cuenta la sesión de terapia de grupo de Sánchez y sus parlamentarios que devino en el ritual orwelliano de los minutos de odio. Los derrotados aplaudieron enfervorizados al artífice de la derrota, porque se resisten —humano es— a reconocerla y desean vivir los días que quedan con esperanza. Pero si mañana alguien diera un golpe palaciego para quitar de en medio al Napoléon de Pozuelo que los ha llevado hasta el precipicio, aunque siempre los llevó con su aprobación y entrega, iban a aplaudir con el mismo fervor. Así son las cosas partidarias y son de esta manera por nuestro sistema electoral, por la ley de hierro y por la condición humana.

El presidente del Gobierno dijo en la sesión de autoayuda algo así como que no podía quedarse sin hacer nada después del inmenso tortazo. En su accionar siempre ha habido un punto de exasperación y es confusión habitual tomar, en su caso, lo ansioso por lo audaz. Podía no hacer nada, pero se necesita autocontrol, y podía y debía haber esperado hasta septiembre, como los estudiantes con suspensos, en vez de convocar para finales de julio, en plena canícula, con la gente de vacación. Pero hay que contrarrestar el efecto de la ola azul con el efecto de la ola de calor. Quiere, una vez más, movilizar a la izquierda alertando del peligro de que arrase la ola reaccionaria, pero el dique de contención que ha apañado es de otro orden y de nula calidad democrática. A nadie se le escapa que cuanto más baje la participación y eso es fácil que ocurra en la fecha elegida, con más soltura entrarán por la aduana las piezas que Frankenstein necesita.

Pedro Sánchez, que un día pudo dar pie a cierta esperanza, al ser uno de los chicos nuevos del barrio, a estas alturas moviliza sólo a los incondicionales. Aún menos cuando está, como desde el domingo, tocado y amargado. Tiene las desventajas de que no es líder carismático y de que a su izquierda no le reconocen como a uno de los suyos. Ni un carismático como González ganó en aquella última salida desesperada con el dóberman. La desesperación no gana elecciones. Tenía que haber cambiado de rumbo mucho antes, en lugar de atarse a quiénes se ató. El momento de clarificar quedó atrás hace tiempo. Esto es un naufragio y en las filas socialistas compran cualquier bote salvavidas. Quieren creer que aún queda margen para maniobras y maniobreros. Van a ponerle velas a Yolanda, porque o los salva ella o no los salva nadie. Y al santo de la abstención.

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