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¡Oh, los abusos en el deporte, ah!

¿Habrá alguna acción contra el uso propagandístico que las dictaduras hacen de la alta competición?

¿Habrá alguna acción contra el uso propagandístico que las dictaduras hacen de la alta competición?
La gimnasta rumana Nadia Comăneci en los JJOO de Montreal, en los que ganó con sólo 14 años. | Cordon Press

Ya alguna vez hemos hablado en este pequeño rincón de cómo los organismos internacionales que rigen las principales competiciones en todo el mundo son, con toda probabilidad, las organizaciones más corruptas del planeta y de cómo los Mundiales o los Juegos Olímpicos se han vendido al mejor postor. Ahí tienen el resultado: los dos últimos campeonatos del mundo de fútbol se han disputado en países tan respetuosos con los derechos humanos como Qatar y Rusia.

No es una excepción: entre las Olimpiadas en lo que va de siglo hemos tenido un par en Pekín y otra en Rusia y si no ha habido más es porque las dictaduras rara vez están en países capaces de organizarlas, porque en cuanto lo son el muy benéfico, lleno de valores y preocupadísimo por los derechos humanos movimiento olímpico no tiene ni el más mínimo problema: los de mi generación recordarán las que se celebraron en la Moscú que era capital de la URSS y a la Alemania de Hitler se le concedieron no una ni dos, sino tres veces: los JJOO de verano en Berlín que todos hemos visto tantas veces y los de invierno en Garmisch-Partenkirchen en dos ocasiones, aunque en una no llegasen a celebrarse por el estallido de la IIGM.

También hemos comentado aquí en alguna ocasión las prácticas que muchos deportes desarrollan en o para sus competiciones más importantes. Por ejemplo, como en no pocas disciplinas menores de edad son expoliados de su juventud y de su salud a cambio de la promesa de una medalla olímpica que, obviamente, para la inmensa mayoría no llega, el mundo del deporte mira satisfecho y sin preguntar nunca nada cómo niños y niñas en edad de estar en casa y en el instituto compiten al más alto nivel, entrenan un saco de horas al día y deforman sus cuerpos o retrasan su desarrollo si así lo exige la competición.

Da igual de donde viene la niña que hace gimnasia o el niño que salta desde el trampolín, por poner dos ejemplos, a nadie le importa lo horrenda que sea la dictadura que los engulle y tritura para apuntarse un metal en cualquier medallero. ¿China? Estupendo. ¿Corea del Norte? Pase usted. ¿Cuba, Irán? Fantástico, cuantos más seamos más dinero ganaremos… Todos sabemos lo que hacen esos estados a sus propios ciudadanos, la importancia que siempre ha tenido el deporte para los regímenes dictatoriales, las cosas que países como la RDA –sí, la de la sudadera de Garzón– o Rumanía le hacía a sus deportistas. Y aun así nadie dice nada, nadie toma la menor de las precauciones, nadie cuestiona siquiera que determinadas disciplinas deportivas estén dominadas por menores de edad.

Pero ahora resulta que por fin la izquierda se ha decidido a acabar con los abusos en el deporte, a limpiar la imagen de esas disciplinas, competiciones y organismos. ¡Aleluya! ¿Creen ustedes que empezarán por desinfectar el COI, la FIFA o la UEFA? ¿O en cambio lo primero será meter por fin mano a todos esos deportes que se basan en la explotación infantil? ¿Habrá alguna acción contra el uso propagandístico que las dictaduras hacen de la alta competición?

Pues no, si se esperaban algo de eso están equivocados: los abusos en el deporte contra los que lucharán serán los besos entre adultos y que cobre más el que más dinero genera y hace ganar. Si es que son unos sinvergüenzas.

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