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ETA en el Festival de San Sebastián

Hay que hacer un cordón sanitario contra la ultraderecha. A la ultraultraizquierda y a los ultranacionalistas se les despliega la alfombra roja.

Hay que hacer un cordón sanitario contra la ultraderecha. A la ultraultraizquierda y a los ultranacionalistas se les despliega la alfombra roja.
Jordi Évole | Archivo

Se anuncia por todo lo alto, alfombra roja del Festival de San Sebastián incluida, una nueva entrevista de Jordi Évole a un miembro de ETA. Tras Otegi, Josu Ternera. La primera fue muy positiva para el que fue líder etarra, jamás arrepentido, que consiguió un altavoz para sus reivindicaciones y justificaciones sobre la "lucha política", así como un par de fotos con el periodista socialista en las que reinaba la simpatía y la complicidad. Fue la época en la que Zapatero homenajeaba a Otegi como un "hombre de paz" y Eguiguren, del que se olvida su condena por violencia machista porque sirve a la causa propagandística de la izquierda, caía bajo el síndrome de Estocolmo respecto al mundillo de terroristas con los que compartía mesa y mantel.

Mientras, en Francia comenzaba otra campaña de blanqueamiento, en este caso a uno de los más sanguinarios de la banda, Josu Ternera, entonces preso allí. Ternera, sin duda, se merece un documental. ETA organizaba asesinatos de chavales, tiro en la nuca mediante y dejándolos agonizando tirados como perros en mitad de un bosque, mientras proponía a Ternera como miembro de la Comisión de Derechos Humanos del Parlamento vasco. Ser pro asesinatos de niños y pro Derechos Humanos es una de esas formas de cabalgar contradicciones a las que no tiene acostumbrados la izquierda. El problema de un documental sobre un defensor de los Derechos Humanos de día, asesino de noche, es que termine siendo una apología de su punto de vista y una hagiografía del personaje. Hay una larga tradición en el documental de este tipo de reivindicaciones de personajes siniestros, de Leni Riefenstahl con Hitler a Oliver Stone con Fidel Castro y Putin, pasando por nuestro Évole con Maduro y Otegi.

Évole tiene en La Sexta un cómodo nicho (de cementerio) desde el que expandir su blanqueamiento de la extrema izquierda, dictadores y terroristas incluidos. Tras entrevistar a Otegi se fotografió sonriente con él, pero tras entrevistar a Macarena Olona hizo barrer el estudio. Ahora son el Festival de San Sebastián y Netflix los que patrocinan al blanqueador de dictadores y terroristas. Netflix, una empresa privada, que haga lo que quiera. No me verá contratar su servicio nunca más. El Festival de San Sebastián, que se nutre de fondos públicos, es diferente. Ante la petición de que no emita la entrevista dado el pasado de complicidad de Évole con Otegi, Rebordinos ha tachado de censura la propuesta, aunque él mismo reconoce que en otra ocasión sí que censuró otra película de la misma índole. Hay otra forma sutil de censura que practica Rebordinos que es la omisión. Como ha dicho Iñaki Arteta, en el Festival de San Sebastián le ignoraron cuando les presentó su documental Bajo el silencio.

El documental de Arteta es un eslabón en la cadena de documentales que el cineasta vasco está dedicando a trazar un paisaje ético y político de su tierra. Concretamente, en Bajo el silencio, Arteta hace que resuenen los testimonios de un cura disculpando a ETA, un profesor de universidad que "teoriza" los asesinatos, un maestro de ikastola que miente sobre el vasco, un versolari que canta que hay que pegar tiros en la cabeza, un filósofo-teólogo que no se arrepiente de sus crímenes, unas estudiantes que repiten como un disco rayado el argumentario de ETA... el documental de Arteta es un mosaico de la infamia moral que circula por el País Vasco. Son tres horas y media de visionado absorbente. La fascinación y la indignación van creciendo a partes iguales. La obra de Arteta es la más fulgurante, auténtica e imprescindible de los últimos años, por mucho que no se suscite entusiasmo en el Festival de San Sebastián y los Premios Goya.

Para los comisarios políticos de la izquierda encaramados a la gestión cultural nunca es el qué, sino el quién. Ha definido Rebordinos a ETA como una "banda fascista", desviando así el foco sobre el verdadero fundamento ideológico de Otegi, Ternera y compañía, que es una combinación de comunismo marxista-leninista y nacionalismo vasco. Resulta muy cómodo a Rebordinos, –que tuitea, entre Miyazaki y Scorsese, contra Meloni, Vox y el PP, pero no contra Petro, Bildu y el PSOE– ocultar el aire de familia y los vínculos ideológicos que unen a la izquierda y el nacionalismo triunfantes actualmente en el País Vasco con ETA. Rebordinos es alguien capaz de incluir en la misma frase a ETA y el GAL, una táctica retórica habitual entre los equidistantes vascos para equiparar a las víctimas de "ambos bandos", pero me parece bien: no olvidemos que tanto ETA como el GAL fueron creados y organizados por la izquierda. No pueden evitar su querencia marxista por la violencia como partera de la historia.

Rebordinos, el director del Festival de San Sebastián, equipara las entrevistas de Évole con las documentales de Rithy Pahn sobre los jemeres rojos. Podría haber añadido los de Claude Lanzmann sobre nazis. Pero esto solo muestra que Rebordinos tiene manifiestamente estropeada la brújula moral-cinematográfica. Es inimaginable una foto en plan colega de Lanzmann con el oficial nazi al que cuestionó en Shoah. O de Pahn con un jemer rojo. Sin embargo, Évole no tuvo en reparos en blanquear a Otegi, tanto en la entrevista como en la propaganda del programa. Cuando presentaron al alimón el documental, Rebordinos no solo no reprochó a Évole la empatía mostrada hacia Otegi, sino que admitió que había acogido la propuesta del periodista catalán con entusiasmo ¡a priori! Lo que evidencia la doble vara de medir ante cineastas como Évole y Arteta. Por otro lado, Évole hace uso en el anuncio con Rebordinos de otro truco retórico de la izquierda nacionalista vasca y filoterrorista, denominando "conflicto vasco" a lo que no era sino terrorismo unidireccional, sin que Rebordinos diga esta boca es mía. El término "conflicto" alude a la existencia de dos bandos con alguna disputa que resolver y para los que ambos tienen razones de peso. Nada que ver con el terrorismo desatado cruel e injustificadamente por los etarras. Sostiene Rebordinos que comprender no es justificar. Pero es que ETA es un fenómeno meridiano: la izquierda aliada del nacionalismo usando la violencia como es su tradición. Ni Évole, ni Rebordinos, que forman parte de esa familia política, y que siempre han considerado a los etarras como simples miembros descarriados, tienen la más mínima legitimidad para ser juez y parte desde una institución pública como es el Festival de San Sebastián.

Imaginemos un documental de alguien afín a la extrema derecha, como Évole lo es a la extrema izquierda y el nacionalismo xenófobo, sobre el franquismo argumentando que "todo el mundo tiene razones, lo que no quiere decir que tenga justificación. La gente hace las cosas por algo y es bueno saberlo para que no vuelva a pasar". Por ejemplo, Buxadé sobre José Antonio de Primo de Rivera. Iría directo a la cárcel, Ley de Memoria Histórica mediante. Por supuesto, Rebordinos ni se plantearía emitirlo en San Sebastián porque, diría rompiéndose la camisa como Camarón, hay que hacer un cordón sanitario contra la ultraderecha. Sin embargo, a la ultraultraizquierda y a los ultraultravasquísimos les despliega la alfombra roja del Festival. En la prensa vasca suelen usar últimamente fotos favorecedoras de Josu Ternera, iluminado aterciopeladamente de perfil como si fuese un modelo de botellas vino de la Rioja alavesa o un entrañable abuelete de Athletic.

"Josu Ternera disfruta del apoyo de activistas como Bake Bidea o Artesanos de la Paz, dispuestos a transformarlo en un Mandela" denunciaba Pagazaurtundúa a propósito del documental País Vasco y libertad, un largo camino hacia la paz, del cineasta Thomas Lacoste. Convertido Otegi en Gandhi, ahora es el turno de Ternera para presentarse como Mandela. Siempre con Évole ejerciendo de Greta Thunberg. De fondo, la tesis que tratan de colar socialistas como Eguiguren y Zapatero de que estos etarras merecen nuestro reconocimiento e incluso gratitud por sus esfuerzos por la paz, deslizando que, al fin y al cabo, los etarras eran luchadores contra el franquismo. Odiaban a Franco, sí, pero no por dictador, sino por español. Esa es la razón de que siguieran asesinando durante la democracia que habían traído, ay, los españoles, a los que seguían odiando. No es de extrañar que los famosos delitos de odio no se apliquen a los que más odian en España: los vascos que odian a los españoles por el mero hecho de serlo.

La amnistía a los golpistas catalanes (luego vendrá a los terroristas vascos) reforzará dicha versión, ya que deslegitimará la Transición y servirá de coartada a Otegi, Ternera y compañía para hacer ver que sus atentados durante la época democrática formaban parte de la misma lucha contra el "autoritarismo español". No descartemos a Otegi como lehendakari y a Josu Tenera de Consejero de Interior y Seguridad, siendo premiado por su contribución a los Derechos Humanos en "Euskal Herria". Al fin y al cabo, en San Mamés cantan en su grada de animación "españoles, hijos de puta" y nadie lo considera digno de mención. Cambien "españoles" por "negros" o "maricones" y verán la que se arma. La hispanofobia es el único odio social que no solo es tolerado, sino que está bien visto. En 2005, la madre de Joseba Pagazaurtundúa le escribió una carta a Patxi López: "Ya no me quedan dudas de que cerrarás más veces los ojos y dirás y harás muchas más cosas que me helarán la sangre, llamando a las cosas por los nombres que no son. A tus pasos los llamarán valientes. ¡Qué solos se han quedado nuestros muertos!".

Veinte años después, la sangre que estaba helada comienza a transformarse en ceniza. A veinticuatro fotogramas por segundo y en flamante vídeo digital.

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