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Mario Garcés

España no encuentra la perspectiva

Hoy más que nunca España debe encontrar la perspectiva pero no hay razones para el optimismo

Hoy más que nunca España debe encontrar la perspectiva pero no hay razones para el optimismo
Pedro Sánchez, tras el mitin que ofreció este domingo en Santa Cruz de Tenerife. | EFE

"No perdamos la perspectiva, yo ya estoy harta de decirlo, es lo único importante." El inicio de La colmena de Cela es con toda probabilidad uno de los mejores arranques literarios que se recuerda en el último siglo. Aquella España de posguerra converge con la España actual en su inveterado zumbido de enjambre. De aquella cacofonía apática de personajes sin destino que buscaban la mera supervivencia a la letanía actual de ciudadanos que viven en una inmensa colmena, asistiendo como zánganos al patetismo de una situación a la que nunca se debía haber llegado. Por eso, la frase de Doña Rosa es una guía iniciática de lectura pero es también un aviso inteligente e imperecedero para lectores y no lectores en orden a evitar caer estúpidamente en lo anecdótico y en lo trivial. Este verano, una parte de la España del postcovid que trataba de recuperar el tiempo perdido y el consumo retenido, se ha dedicado a frivolizar, si no a idealizar, un asesinato en Tailandia y ha sometido a un test de respuesta rápida a toda la ciudadanía a cuenta de un beso indebido.

Vale la pena, pues, no perder la perspectiva por un momento e identificar qué nos ha ocurrido como país para asistir a la triste exhibición de descomposición y mediocridad política a la que asistimos con perplejidad en los últimos meses. Estas serían algunas de las causas más importantes:

  • La profesionalización de la política, convertida definitivamente en un cuadro de estructuras de partido en el que el principal interés es la supervivencia personal. Hace dos décadas, las élites políticas de los partidos estaban formadas esencialmente por profesionales de la sociedad civil y funcionarios de carrera, con conocimiento y experiencia para la dirección política y para la gestión. Lamentablemente, la irrupción de las juventudes de los partidos como meritorios internos sin apenas conocimiento ni formación ha transformado los cuerpos políticos en organizaciones donde rige una ley absurda de promoción interna que expulsa el mérito verdadero y la capacidad de la sociedad civil. Antes, los partidos políticos tenían unas juventudes, ahora esas juventudes tienen un partido.
  • La expulsión del talento de las organizaciones políticas. La primera razón de esta exclusión trae causa del nulo o insignificante interés que presenta la política para algunas élites profesionales e intelectuales, máxime si no hay un incentivo inmediato a ocupar un puesto de responsabilidad política. En oposición, el talento se manifiesta esporádicamente y a hurtadillas porque nadie quiere exponerse antes de que haya unas elecciones ganadoras. Además, el escaso incentivo económico para profesionales mejor retribuidos en el sector privado o la renuncia a exponerse al escrutinio salvaje de redes sociales y medios en general, supone una excusa indefectible para evitar sumarse a un proyecto cuando todavía no es ganador.
  • La idiotización del mensaje político. La inteligencia artificial pronto sustituirá al asesor en la elaboración de informes para los partidos políticos. El ChatGPT será suficiente para enhebrar un discurso con el que acceder a la tribuna de las Cortes o de cualquier Asamblea Regional. El mensaje político no presenta, en general, ningún valor intelectual añadido sino que se conforma con meras réplicas convenientes de argumentarios rudimentarios. La banalización del mensaje político ha comportado que triunfe el experto en ocurrencias o en exabruptos, dando respuesta así a una parte de la sociedad que demanda espectáculo y circo.
  • La pérdida de la perspectiva política. Los últimos meses han sido un nítido ejemplo de miopía social y política, lastrada por la pérdida de visión y, por tanto, de perspectiva. En la opinión pública, abonada en muchas ocasiones por la mediocridad de ciertos políticos y por la decadencia de muchos medios de comunicación, importan más los lances y curiosidades menores que los grandes asuntos, que requieren de una pedagogía y de un esfuerzo de continuidad política que muy pocos tienen actualmente. Basta comprobar los sismos emocionales y mórbidos de las redes sociales para concluir que gana la anécdota y el esperpento frente al pensamiento racional. Las redes sociales han arrumbado el viejo espíritu de la reflexión crítica para centrarse en la camorra dialéctica de lo inmediato y de lo insustancial.
  • La ausencia de liderazgos sociales. Los liderazgos actuales, o son emocionales, o no lo son. Emergen las sensibilidades y las morbideces, y un líder político ha de tener claro que solo podrá ganar si es capaz de afrontar también este espacio convulso de necesidades. Las elecciones ya no se ganan por programa -nunca se han ganado así- ni por imagen pretérita de gestión. Ya no es suficiente. Además, esta batalla se libra diariamente porque la inmediatez de las redes sociales ha diluido los canales de intermediación, de modo que, para ganar unas elecciones, hay que nadar en océano abierto y proceloso.

Ni un solo nombre propio, ni una sola sigla de partido. Porque la perspectiva nos obliga a todos a contemplarnos reflexivamente, y a no desfigurar la crítica apelando a la ruindad del otro. Hoy más que nunca España debe encontrar la perspectiva pero no hay razones para el optimismo. Demasiado tiempo así y demasiadas posiciones tomadas por quienes no deberían haberlas jamás ocupado. Los zánganos se han convertido en reinas madre y ahora es muy complicado revertir la situación.

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